Barrio Cuba
Edgardo estacionó su patrulla detrás del auto que recién había colisionado contra un puente de Escazú; era la medianoche del miércoles 23 de agosto del 2001, portaba un chaleco fosforescente y colocó dos estañones a 12 pasos de su vehículo como medida de precaución, el típico procedimiento a seguir por los oficiales de tránsito.
Luego caminó hacia el accidente, una señora en estado de ebriedad que chocó contra la barrera metálica del carril derecho; todo el carril izquierdo estaba libre. Unos segundos más tarde, escuchó el ruido de los estañones al levantarse de la calle de asfalto, como si se tratara de una partida de boliche.
No recuerda más. Amaneció el domingo en el hospital, después de cuatro días en cuidados intensivos. Un carro se llevó en banda los estañones, chocó contra la patrulla, que al moverse prensó el cuerpo de Edgardo con la parte trasera del carro chocado. La cabeza del tráfico rebotó con el parabrisas y lo quebró.
Empezó el calvario. 12 operaciones y tres injertos de hueso. Dos años y nueve meses de lucha para salvar su extremidad izquierda. No tiene peroné, convive con dos hernias, una en el músculo de su pierna y la otra en la espalda, y perdió el 33% de la movilidad total de su cuerpo.
"Tengo una tibia que formaron a puro hueso extraído de mi cadera. Al final, quedé con un acortamiento de tres centimetros en mi pierna, pero logré salvarla y casi no se nota", contó Picado.
Aún recuerda la recomendación médica, tan cruda como irreal: no volverá a conducir, no logrará caminar sin bastón y la última, una ironía total hoy en día, no podrá hacer fuerza.
Picado es un pulseador. No en el sentido popular de la palabra, realmente lo es. Ha sido dos veces subcampeón en el Mundial de Pulsos para personas con discapacidad y también campeón en otra ocasión, logros que le permitieron ser el primer becado de su disciplina.
En el 2020 recibirá una beca anual del Icoder de ¢1,8 millones. Durante el evento realizado este lunes, en el que se anunció a los 132 deportistas que recibirán una ayuda económica, aprovechó para echar un pulso con el presidente Carlos Alvarado, quien aceptó su invitación.
Aún con el diagnóstico poco alentador de los médicos, no necesita bastón para caminar, maneja perfectamente y se ha convertido en una referencia de la lucha de brazo en Costa Rica.
Antes del accidente, se había ganado el boleto para participar en el mundial de noguchi (un arte marcial). El trágico choque frenó su ilusión de asistir al evento, no así sus aspiraciones de estar, algún día, en una cita del orbe.
Realidad. Son casi las 7:45 de la noche. En un pequeño patio de una iglesia bautista en Barrio Cuba, cerca de 20 pulseadores empiezan sus estiramientos y calientan antes de empezar la práctica nocturna.
En una mesa maciza de dos metros de largo se colocan dos de ellos y un réferi certificado, quien revisa la colocación de los brazos, justo antes de empezar el duelo. Hay tres tipos de competidores: el rápido, el técnico y el fuerte. Si el pulsista suma dos de estas tres características, se puede considerar muy completo.
Edgardo entrena cinco veces a la semana. Después de perderse el mundial de noguchi se concentró en los pulsos con la aspiración de asistir a un campeonato del mundo. Se lo tomó muy en serio.
En una esquina, frente a la iglesia en la que se reúne cada lunes con el resto de competidores, hay una pulpería. Allí conversaba con su entrenador, German Gutiérrez, sobre sus anhelos, cuando apenas volvía a caminar.
"Él me decía que podía competir en paralímpico, yo le decía que me daba vergüenza ".
Con el tiempo asimiló la sugerencia de su entrenador al punto de que asistió al Mundial de Lituania, en donde finalizó en el segundo puesto.
Picado cuenta que en muchos países de Europa los pulseadores se dedican únicamente a trabajar su brazo. Entrenan hasta tres veces al día en incrementar la fuerza y la velocidad.
En Rusia, por ejemplo, es todo un orgullo tener un campeón mundial de pulsos.
Picado trabaja para que el deporte siga creciendo en Costa Rica. Tras ocho años de esfuerzo, creó la Federación Costarricense de Pulsos y año a año recibe un presupuesto que le permite organizar los torneos nacionales y masificar la disciplina con un trabajo de liga menor.
El accidente quedó atrás. Las heridas le recuerdan que todo se trata de perseverancia.