Los segundos que esperó montado en el banco de salida fueron eternos, sentía que el corazón se le salía. Entre las ovaciones, Michael Phelps no podía dejar de pensar que en Río comienza la despedida, una que espera lo lleve por un camino de salida tan dorado como el de su inicio.
El oro del domingo en los relevos 4x400 libres lo puso a vibrar, lo inspiró y le abrió la puerta a este veterano nadador de 31 años, quien quiere agigantar su leyenda antes del retiro, que sí parece definitivo.
Incluso, la celebración fue mayor a la que tuvo con la primera conquista en Atenas 2004 y no era para menos, significaba la medalla dorada número 19, una que lo consolida en lo más alto y demuestra que el rey no está muerto, luego del retiro que hizo tras Londres 2012.
“Pensé que el corazón iba a explotar en mi pecho. Tener esta cantidad de emoción y de apoyo desde las tribunas, no sé si escuché algo así”, expresó el atleta.
Su legado es casi inalcanzable y así lo reflejan las estadísticas, toda ves que quienes lo siguen se quedaron con nueve trofeos dorados.
Sin embargo, el Tiburón de Baltimore quiere más gloria, ayer se clasificó a la final de los 200 metros mariposa y hoy luchará por colgarse más quilates en su cuello a las 7:28 p. m. Además, le restan como mínimo dos competencias, el 100 m mariposa y 200 m combinado individual.
Los últimos dos años en la vida de Phelps fueron de cambios. Desde su arresto por conducir ebrio decidió dar un giro a su vida. Dejó atrás a los “amigos” tóxicos, se comprometió con su novia Nicole Johnson, hizo las paces con su padre, quien le criticaba su vida loca, y se sintió realizado con el nacimiento de su hijo.
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Phelps afirmó que volvió porque no quedó satisfecho con la despedida. En Río espera conquistarlo todo, pero también disfrutarlo. Tal vez, como la primera vez que se lanzó a la piscina.