Rustenburgo. Me topé a Juan Carlos Jiménez infiltrado en la barra hondureña. El camuflaje era impecable: llevaba suéter azul y bandera catracha pintada en la cara.
Por si había dudas, habló en primera persona. “Creo que podemos mejorar en el último partido”, respondió cuando lo abordamos como parte de un sondeo entre aficionados hondureños, el viernes en la ciudad de Bloemfontein, antes del juego con Suiza.
Después confesó su identidad secreta: es costarricense y ha viajado a los últimos siete campeonatos mundiales. Como la Tricolor no está en Sudáfrica, decidió apoyar al vecino más cercano. “Con los viajes uno madura, se da cuenta de que somos hermanos centroamericanos, no hay que andar con rivalidades”, explica.
Este trotamundos es comerciante y tiene un bar en Los Ángeles de San Rafael de Heredia. Yo conozco el lugar; es de ambiente bohemio y me trae buenos recuerdos. El señor recuerda que debe
Don Juan Carlos estuvo en Italia 90, cruzó la mitad del planeta hasta Corea 2002 y vio a la
Ahora es hondureño por un día. “Me encanta viajar, cada vez que salgo son experiencias nuevas. Cualquier tico podría hacerlo, solo hay que ordenarse un poco”.
La primera reacción de ambos ticos es “por supuesto, faltaba más”. En mi caso, lo veo como un estimable colega que a fin de cuentas anda haciendo lo mismo. Pero después explica: “Necesito que se lleven la mano al corazón dos veces y luego señalen al cielo. Es para que salga la luna de fondo”. Efectivamente, el satélite se insinúa, como dibujado en papel cebolla, en medio de los últimos tonos naranja del atardecer.
“¿Y qué significa eso?”, consultamos, ya con un poco de desconfianza. Significa, más o menos, “soy catracho de corazón y voy con mi equipo hasta el final”. Parece que es un signo muy conocido en ese país y el californiano quiere mostrarlo al planeta.
Me quedé inmóvil. “Es que yo no soy hondureño”, aclaré. Pero
Don Juan Carlos accedió. Se ve que tiene pasta para esas cosas. Yo jamás. No es nada personal contra Honduras, pero no vine al Mundial a apoyar a ningún equipo, ni a fingir que soy de otro país. “Nadie va a saber”, me insiste el futuro candidato al Oscar. Como si no existieran Internet y Youtube. Pero no voy a morder el anzuelo. “Mejor no, gracias”.