Buenos Aires
Periodistas suramericanos que viajaron a España para entrevistar a James Rodríguez (entre ellos Gabriel Meluk, de El Tiempo , y Juan José Buscalia, de Fox Sports) quedaron asombrados con el riguroso protocolo que impone el Real Madrid a la prensa, impensable en nuestro continente, aunque también en otras latitudes.
Los futbolistas son allí ciertamente galácticos, inalcanzables. Amén de tramitar con bastante antelación la entrevista y de tener que enviar un cuestionario previo sobre lo que se va a preguntar al jugador, si se concede la nota esta es muy breve (el día que James recibió el Botín de Oro fueron 10 minutos por periodista) y con un oficial de prensa al lado controlando el tiempo y el interrogatorio. No se puede preguntar por jugadores de otros equipos –menos por Messi–, ni por la convivencia del plantel, tampoco por otra selección que no sea la suya, etc. Nada de preguntas incómodas ni honduras futbolísticas, todas del estilo de “¿estás contento...? ¿vienes para triunfar...?” Y aparte del control que ejerce el club blanco, está la severísima custodia que impone Jorge Mendes, el todopoderoso representante portugués de varias superestrellas. Los jugadores, virtualmente, son suyos. Y le profesan un temor reverencial. Él los hace ricos, los lleva a clubes clase AA, ellos obedecen con sumisión.
“No se pueden comparar épocas”, dicen voces sobrias. Modestamente, creemos que se puede. En cuanto al juego, la actual es mejor que las anteriores. Quien no esté de acuerdo, que mire videos antiguos. Pasamos años diciendo en cada charla futbolera que Brasil 4-Italia 1, en 1970, era el mejor partido que habíamos visto. Hoy es insoportable verlo más de diez minutos. Y no porque sea antiguo. Las películas de Chaplin son más antiguas y siguen resultando geniales. Lo que nunca podrá igualar el hoy es el romanticismo del que estaba envuelto este deporte hace 40, 50 y aún más años atrás. La cáscara de aquel fútbol era sencilla y gustosa. Luego, el dinero en cantidades industriales invadió todas las esferas de la actividad, y donde entra el más vil de los elementos se pierden los valores más bellos de la existencia humana.
¡Lo simple que era hacerle una nota a Pelé....! Si uno deseaba entrevistarlo, iba hasta el entrenamiento del Santos y, desde el alambrado mismo, le avisaba a O Rei . “Sim, ao fim do treino”, respondía con total predisposición. No había jefes de prensa (gracias a Dios no se habían implantado todavía) ni guardias de seguridad para impedirlo. Y el técnico no se metía. Terminado el ensayo, Edson se duchaba y venía manso a atender al jornalista , al que respetaba mucho. Y era Pelé...
¡La fiesta que era ir al estadio...! Ahora, las adyacencias de los estadios son lugares de cacheo, de cientos de policías con perros, impera un clima tenso, temor y cautela. Al menos en Suramérica no es un ambiente agradable.
¡Las fotos de los cracks en el medio de la cancha...! Hoy es imposible tomar una foto de Messi y Cristiano Ronaldo posando en medio del campo para una nube de fotógrafos. A estos no les permiten ingresar dentro de la cancha; y los jugadores no se juntan.
Alcides Gigghia acaba de referir en una nota cómo festejaron en 1950, al volver desde el Maracaná al hotel, luego de dar el batacazo más grande de la historia: “Como no encontrábamos al tesorero, hicimos una colecta entre todos para comprar unas cervezas y unos sándwiches. Nos fuimos a una pieza a celebrar”.
Hoy vienen los futbolistas del exterior, por los cuales la gente delira, y nadie los ve. Ponen un bus al pie del avión y los sacan por un costado, todo es anteojos oscuros, vidrios polarizados, misterio, apuro, fugacidad. Nunca se puede hablar con ellos, que la charla técnica, que están descansando, que la merienda, un hermetismo absurdo, incomprensible.
Como si fueran superhéroes. Y siempre está el jefe de prensa o algún coordinador de la selección obstruyendo el paso, poniendo distancia entre los ídolos y el cariño de la gente.
La sencillez y la humildad de antes no vuelven nunca más.