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“A África hay que darle una alegría”, aseguró ayer Parreira en su última comparecencia pública.
Hoy ya no habrá más palabras. Solo las que les gritará a sus jugadores desde esa jaula blanca y verde que es la zona técnica, a un lado de la cancha del Soccer City.
Los sudafricanos cerraron su preparación con una práctica liviana, típica de estos casos. Luego de darse un baño de multitud el miércoles, con un improvisado desfile por Johannesburgo, terminaron de cargar las pilas anímicas.
Sin embargo, las incógnitas persisten. Parreira sigue teniendo un equipo limitado, quizás no tanto como cuando asumió hace nueve meses, pero todavía lejos de las exigencias del primer mundo.
Si nada más se hubiera clasificado, nadie fuera del país estaría pendiente de su rendimiento. Allá ellos si quedan de últimos. Pero son los anfitriones, un detalle que los convierte en pararrayos de la crítica, que oscila desde el tremendismo hasta la ilusión: están quienes opinan que el equipo local no pasará de primera ronda, y quienes imaginan que el factor casa los impulsará más allá de sus propios sueños.
En la víspera del estreno Parreira deslizó algunas frases que pueden leerse como un intento de curarse en salud. “No importa solo el primer partido, son tres”.
La responsabilidad de los