Luego de tres días de estar en Estados Unidos me sigo preguntando de qué me sirve hablar inglés y cuándo me toparé con la famosa barrera del idioma de la que todos me hablaron.
Desde que recuerdo se me habló de que la importancia de dominarlo, y si bien ha sido de gran ayuda, esperaba que la gran prueba estaría aquí, pero ahora debo decir que me siento engañado.
Llegué con la esperanza de practicar un poco de mi oxidada e imperfecta segunda lengua, pero al parecer el español es el idioma en boga por estos lares.
En Dallas el reto consiste más bien en encontrar un establecimiento donde nadie hable español, o salir a la calle y no ver una cara latina por la acera.
Después de todo, el censo realizado en 2010 revela que en los Estados Unidos viven alrededor de 45 millones de inmigrantes latinos, la gran mayoría mexicanos.
Para hilar más fino, solo en la zona norte de Texas radican cerca de 1.8 millones de ellos, algunos ciudadanos norteamericanos pero con ascendencia azteca, y por lo tanto, hispanohablantes.
Cuesta entonces dar con algún lugar que exija el desempolvar la lengua para darse a entender, incluso nos pasó que al bajar la ventana del carro para pedir el famoso “chanchecito” de tiquicia, del otro lado un amable “con gusto” nos hizo entender que aquí, en Dallas, el inglés sale sobrando.
Racismo vs negocio. Pero con el idioma no se acaban las particularidades de esta calurosa ciudad. Para los amantes de la comida mexicana Dallas también se presenta como una parada obligatoria.
No hace falta andar más de dos cuadras para encontrarse con algún paraíso terrenal de los burritos y las enchiladas, y no estoy hablando solo de pequeños negocios de latinos, cualquier sport bar incluye nachos y tacos en su menú.
Casi todos ofrecen a sus clientes grasosas exquisiteces a base de tortillas, queso, aguacate y carne molida; a la economía de la ciudad parece importarle poco los problemas entre vecinos.
Y entonces todo el rollo del racismo no termina de cuadrarme, porque con la misma facilidad que se ve un latino cortando el zacate de una casa se le encuentra a otro vendiendo un plan celular en T-Mobile o sirviendo tragos en un bar de moda del poblado uptown .
Los negocios y sus dueños saben tienen que atraer a todos los clientes posibles y que hay un gran mercado ahí afuera esperando para adaptarse al día a día del sueño americano (o mexicano).
Esta ciudad al parecer le abre sus puertas a todos, desde el inmigrante hasta al ingenuo que solo quería practicar su inglés.