Pretoria. El futbol profesional eliminó casi todo el contacto entre prensa y equipos. Las selecciones mundialistas se refugian en cuarteles aislados; uno o dos jugadores atienden por día y el entrenador aparece cada vez que hay luna llena.
Intramuros pasa de todo: los futbolistas se pelean, critican a la federación, cuchichean barbaridades contra el técnico por mandarlos a la banca. Pero en privado. Cuando les ponen el micrófono, salen con sonrisa de anuncio de pasta de dientes y leen el libreto: “Todos estamos unidos y trabajando con la misma idea”.
Excepcionalmente se filtra la gran noticia, el titular de ocho columnas, como logró
En el campamento de Honduras, Víctor Bernárdez se aprovechó de la prensa para mandarle un mensaje a Reinaldo Rueda: “Póngame a jugar”. Rueda hizo caso y Bernárdez apareció en la titular. Es cierto que los otros centrales no le estaban cumpliendo, pero el técnico también prefirió no abrir un foco de pelea cuando está negociando su continuidad.
El punto es que el acceso de los periodistas durante el Mundial es breve y controlado. Pero hay una excepción: la zona mixta. Es el espacio que se abre a los medios después de cada partido.
Ocurre en un laberinto en las entrañas del estadio. Es un estrecho camino delineado por vallas que llegan hasta la cintura, a la salida del vestuario. Los jugadores no tienen escapatoria: obligatoriamente deben caminar por ahí.
Los periodistas se dividen: en la primera parte del laberinto están prensa escrita y radio, y al final se ubica la televisión, con enormes reflectores de quirófano. Está totalmente prohibido tomar fotografías; quienes irrespetan la orden se atienen a una tarjeta amarilla y luego a la expulsión, a lo mejor con partidos de castigo.
Hace un par de días estuve en la zona mixta de Argentina-México, en el Soccer City. Cuauhtémoc Blanco salió de primero, sin decir nada; ignoró todas las peticiones de entrevista. Iba muy apurado, tal vez a fumarse un cigarro.
Dos compañeros siguieron su ejemplo, atragantados por la derrota. Y es que todos están obligados a recorrer el trillo, pero cada quien decide si habla o no.
Andrés Guardado fue el primero en detenerse. Siempre hay alguno que da la cara.
Los argentinos salieron después. Ambos equipos usan el mismo túnel, pero los perdedores por lo general abandonan antes y en procesión de silencio.
Cuando apareció Messi se armó el molote. Para eso son las vallas divisorias: la turba hubiera aplastado a la
Respondió las preguntas con un tumulto encima. Cada cierto tiempo caminaba unos metros, porque si no ahí estaría todavía, con el molote encima.
Jonás Gutiérrez es conversador; Gabriel Heinze pasó de lejos, metiendo excusas, solo le faltó decir que lo esperaban en la casa para cenar. Carlos Tévez tardó en salir pero fue espléndido. Después de todo, anotó y era su día.
Me recuerda a un jugador en Costa Rica: cada vez que mete un gol, y sabe que la prensa lo va a entrevistar, se queda de último en el camerino, toma una ducha larguísima y pasa media hora frente al espejo. Después sale como si la cosa no fuera con él y pone cara de sorprendido cuando lo apunta la primera cámara.