Alajuela. Alajuelense logró su cometido. Sin lujos, sin deslumbrar y sin muchos argumentos para alardear, pero lo logró.
Ayer le ganó al Real Estelí de Nicaragua y listo. Triunfó y aclaró su panorama para clasificarse a la ronda de los cuartos de final en la Liga de Campeones de Concacaf. Eso era lo único que necesitaba. Lo único que le importaba.
No obstante, para hacerlo debió batallar ante un durísimo equipo pinolero, del cual, sin tapujos, se puede afirmar que tiene orden y principalmente coraje.
Fue tan complicado el juego para los rojinegros, que en su propia casa y con su mayor experiencia en estos torneos, estuvieron limitados a solamente un gol y de penal.
Durante los primeros 45 minutos de silencio en el marcador, la sensación de preocupación casi fue tangible. El temor de tener que ir a ganar a México estaba presente en todo el Morera Soto.
Cada minuto más en el cronómetro del árbitro era uno menos en la cuenta de la Liga. La imagen más clara puede ser la de un reloj de arena, en el cual el tiempo solamente se agota. Y si uno lo mira fijamente, lo único que se gana es una buena dosis de desesperación. Así le pasó a gran mayoría de los aficionados.
Descripción. Ya se sabía que el partido sería de paciencia, de calma, de tranquilidad. Todos los sustantivos que mantuvieran las ilusiones erizas vivas hasta el último suspiro. Todos los que el público muchas veces no suele tener.
En la cancha, Alajuelense tocaba la pelota por un lado, tocaba por el otro. No sufría atrás y llegaba arriba. Sin estética y sin mucho peligro, pero llegaba. Algo es mejor que nada. Estar algo más cerca del gol es mejor que nada.
Sin embargo, al que paga no le gusta esperar. Quiere que el producto que compra venga rápido y en perfectas condiciones. Por eso es que al no recibirlo lo único que la feligresía eriza acató a hacer fue a chiflar y malhumorarse.
Por todo el primer tiempo, los seguidores no entendieron que el futbol pinolero ya tiene oficio, lo que complicó la buena circulación que regularmente tienen los erizos. Por todo el segundo, ya nos le importó.
Apenas regresando del descanso, el nicaraguense Eliud Zeledón le dio un alivio a todos los manudos, estuvieran estos apenas acomodándose en el césped o apenas sentándonse con pizza, hot dog o taco en mano en la grada. Le cometió una falta tan tonta como oxigenadora a Anderson Andrade dentro del área grande. Penal.
El mediocampista Álvaro Sánchez no se equivocó (48’) y le quito un peso de encima enorme a todo el reducto rojinegro. Amplio respiro.
Por supuesto, el compromiso cambió por completo.
Los alajuelenses quisieron ampliar, pero ya sin obligación. Era más importante no arriesgar y salvar la victoria mínima, que salir con un lamento gigante.