Lo notamos desde el principio... que el Chime era un yuyo, que se movía, inquieto y letal, en los predios represivos de Chilavert; que Alexánder Gómez, al crecer en cada corte, presionaba desde atrás para sumar enseguida; que Hermidio era un valladar; Peynado, un resorte; Dos Santos, arquitecto... y Marco Tulio un dardo. Que el partido era bueno. ¡Que los nuestros podían!
Por momentos, la ilusión adquirió visos de realidad. Inclusive, asustamos dos veces a Chilavert. Primero el Chime y después Wood. Pero el gato ratificó su cartel de felino internacional.
¡Qué gran apertura, brumosos! Si alguna vez David, pobre y pequeño, derrotó a Goliat, el episodio bíblico revivió, en la final azul, la variación de un mismo tema.
Cartaginés jugó sin complejos. Después del temor en los minutos iniciales, poco a poco, el plantel de Villalobos comenzó a salir de su madriguera y a pelear palmo a palmo con los argentinos.
Al minuto 14, Max Sánchez puso un balón en el caldero; el Chime desvió con cabezazo y Chilavert ejecutó el primero de dos paradones.
Pero, claro, los suramericanos respondieron. Conducidos por Marcelo Gómez, un número cinco conocedor de su oficio, atacaron por ráfagas y amenazaron seriamente con abrir la cuenta. El lance más cercano lo protagonizó Patricio Camps, quien, al minuto 18, se situó frente a Hermidio y nuestro arquero se plantó a lo grande.
De Claudio a Trotta
Vítores y aplausos, el regalo de la tribuna cuando el juez ordenó el descanso. Y no más de arranque, en el reinicio, el Turu Flores desperdició la mejor oportunidad de gol frente a Hermidio.
En diversos momentos, el manejador brumoso ordenó el ingreso de Jewisson Bennett, Everaldo Da Costa y Jorge Ferreira, relevos previstos, sorpresas potenciales que habrían de modificar su esquema y, supuestamente, sorprender a Vélez donde más duele: en las redes de Chilavert.
No obstante, los brumosos perdieron cohesión y, paulatinamente, los tonos del partido variaron hacia el azul de la gente de Liniers. La iniciativa se volvió extranjera. Los zagueros comenzaron a reiterar fallos en el área cartaginesa y Vélez asumió el mando.
Entonces resurgió la mejor pieza del choque: Claudio Dos Santos. Sobre la adrenalina que alimentó el fervor, el mediocampista supo meter la bola en la nevera, alimentar la pausa y renovar con bríos la función del corte, del enlace, del desdoble.
Con el epílogo, un lunar. El hasta entonces impecable Roberto Trotta detuvo de modo artero un avance de Jewisson. El árbitro no titubeó y le mostró la tarjeta roja. El zaguero abandonó el campo y manchó su investidura de capitán con una actitud soez, al incurrir en flagrante irrespeto hacia la afición.
Sí, solo fue un lunar. Pues, salvo la vulgaridad de Trotta, la lucha abierta y noble constituyó el esplendor del primer capítulo en esta final azul.