Bryan Ruiz da un pase y no espera que se lo devuelvan. Su vida no es una pared, es un balón filtrado para dejar a alguien de cara a gol.
Toca, toca y asiste, pero no quiere ser el que las cámaras enfocan en la esquina, durante la celebración. Irónico para alguien que porta la banda de capitán y el histórico número 10 en la Selección Nacional .
Hace un par de años, cuando decidió convertirse en estrella en Holanda, dejó escapar la posibilidad de protegerse bajo la timidez con la cual creció en el Barrio Guaria # 1 de San Felipe, en Alajuelita.
La sigue añorando, según se desprende de las palabras de sus seres más cercanos; sin embargo, no logra recuperarla. Seguramente la perdió para siempre. Ahora es famoso y deberá aceptarlo.
Entonces, lo que le queda es esquivar a cuantos pueda para que no muchos sepan que con la solvencia económica aparecieron las cualidades de filántropo; que por la ausencia de un padre surgió el sentimiento de líder de hogar; y que ante la muerte de una hermana de cuatro días el alma se le endureció.
El jugador de piernas largas e inclinación por la zurda, que en la cancha juega de la mano con la calma, no es el mismo que ahora llega al país cada varios meses, pidiendo a gritos, con hambre de náufrago, un casado, un pinto o un maduro de la cuchara de su madre, Rosa González, una mujer que conquista a cualquiera por su amabilidad.
No es el mismo que invita a almorzar a la susodicha el día antes de irse de nuevo a Europa, reunión que de acuerdo con ella, tarde o temprano termina en lágrimas, unas que le brotaron con solo recordar esos momentos tristes que suelen acompañar a una despedida.
El que corre detrás de la pelota tampoco parece el mismo fanático contador de chistes y asiduo jugador de Playstation que dibuja uno de sus tres hermanos: Rolbin, de 25 años y peleador de MMA. Los otros dos son Yendrick, de 27 y también futbolista, y Anthony, de 11 y niño de profesión. Todos miran a Bryan con admiración.
Mucho menos es el que se enoja si no le reportan el estado de salud de su abuelo, don Rubén, quien es tal vez la razón principal por la cual estas líneas fueron escritas. Hoy, el fundador del equipo Los Nietos del Abuelo , rival de las Abejitas Maya de Tibás , se recupera de una exitosa operación cardíaca. En ambas cosas Ruiz tuvo mucho que ver.
Pasado. La historia de la Comadreja, de Yitan, de Miso, de Flaco, todos apodos para el mismo hombre, tiene algo de sangre cubana. No obstante, no hay mucho por qué detenerse en este punto.
“Cuando era pequeño decía que iba a buscar a su padre cuando creciera. Pero al final, supongo que al llegar a entender que solo se fue, perdió interés en hacerlo”, expresó su madre, vestida en la camiseta roja del PSV Eindhoven, bien identificada con el número 23 que su hijo utilizó este año, detalle que será importante más adelante.
Su infancia la vivió en el hogar de don Rubén y doña Moremia, quien hoy se niega, con todo el temor de abuela, a salir en las fotos.
Por el contrario, el señor, totalmente asentado en un sillón del corredor de su casa, insistió en recordar las mejengas que se armaban en el planché del barrio o en un potrero cercano. De poco sirvió insistirle en que la idea era conversar más sobre Ruiz el humano, no Ruiz el futbolista.
Hubo que dejarlo seguir. La emoción con la que habla de su nieto-casi hijo, de sus insustituibles tacos forrados con tape y de las solitarias galletas que se comía antes de ir a entrenar, fue mucha. Le llegó en un instante a los ojos.
Luego, sí, citó lo “respetuoso, pendiente y desprendido”. Coló hasta un par de obras benéficas de las que “la prensa no sabe, porque a él no le interesa que lo sepan”.
Lo mismo dijo su primo y principal confidente, Alex González.
“Para él las cosas fueron difíciles. Llegar adonde está le costó. Por eso es que siempre da mucho, aunque sabe que tal vez no le van a responder igual ”, señaló este último, quien fue su “yunta” en su etapa de crecimiento.
No obstante, su madre añadió que para Ruiz nada fue más duro que el fallecimiento de su hermana, María Goretti, debido a una malformación. Cumpliría 16 años el 23 de julio.
“Lo golpeó muy duro. Estoy segura que fue algo que lo marcó. Es parte de lo que lo hizo ser la persona que es ahora”, dijo.