Como Alejandro Magno, José Nasazzi fue el más grande capitán de la historia. En su caso, del fútbol. Era el guía espiritual por antonomasia, el que infundía respeto, confianza y valor. A su natural liderazgo le unió su paso invicto por los torneos del mundo.
Campeón sin derrotas en los dos Juegos Olímpicos que jugó (1924 y 1928), campeón inmaculado del primer Mundial de fútbol (1930), el único que disputó. Antes y después, cuatro veces vencedor de América (1923-24-26 y 35). Zaguero fuerte y veloz, figura cumbre del fútbol rioplatense y responsable de la gloria que bañó en los albores la camiseta uruguaya.
En su delicioso libro de viejas crónicas, Diego Lucero narra que Nasazzi perteneció a la época auténticamente amateur del deporte, de cuando se entrenaba dos veces por semana después del trabajo. El capitán de recia estampa que usaba la celeste entallada a la piel, terminados los torneos, acallados los ecos de las victorias, largaba los cortos y volvía al mameluco. Era pedrero y marmolero. Desbrozaba los bloques de granito que revistieron el majestuoso Palacio Legislativo, en Montevideo.
En esas páginas contó don José que una tarde le trajeron al taller la noticia de su convocatoria para las Olimpiadas de París. Arrojó al suelo la maza y, con la misma firmeza que en los campos de juego, sentenció: “Nunca más te voy a agarrar en mi vida”. Y así fue.
El torneo parisino representó su plataforma para emerger de las napas más bajas y un pasar mejor. A su retorno triunfal, el gobierno lo acomodó como empleado de los Casinos Municipales de Montevideo, donde llegaría a ser gerente.
Ese era el máximo rédito posible: un buen trabajito. Al Mundial lo jugaban gratis, a los Juegos Olímpicos iban por la aventura de conocer Europa, por un traje para la delegación o una medalla que podían obtener. Y por el bronce. Cierta vez le preguntaron a Nasazzi qué significaba jugar en el equipo nacional. “La Selección es la patria misma”, respondió.
¡Los tiempos cambiaron tanto'! Si supiera Nasazzi que hace poco tiempo una casa de subastas de Londres remató su medalla de oro del Mundial 30, con su nombre atrás, en 150.000 libras, volvería a morir, ahora de incredulidad.
En este desenfreno del dinero, Lionel Messi cobra 33 millones de euros al año. Pero, el crecimiento desproporcionado del negocio del fútbol y las ganancias siderales de los actores describen una parábola: los jugadores van al Mundial como antes, por la gloria.
El premio que Messi recibiría de la AFA en el caso de ser campeón sería absurdo comparado con sus ingresos en el Barcelona y sus derechos de imagen y publicidades. Acaso recibiría $100.000 por concentrarse 40 días en Pretoria, jugar siete partidos y ser campeón. Menos de lo que él percibe por día estando en su club. Incluso los lunes, cuando tiene descanso, también cobra más que eso.
Una mayoría de los 736 futbolistas del Mundial de Sudáfrica actúa en las mejores ligas de Europa y tiene altísimas remuneraciones. No todos son Messi, pero la totalidad de los italianos, alemanes, españoles, ingleses, portugueses, brasileños, argentinos, uruguayos, etc. son millonarios.
Ahora van al Mundial porque los anima el deseo de ganarlo, porque adoran el cosquilleo del desafío. Carlos Tévez, acaudalado jugador del Manchester City, habló al incorporarse a Argentina: “Acá juego por la camiseta, el dinero lo hago en Inglaterra”. No lo dijo por demagogia, es la verdad.
Walter Samuel, quien viene de ganar la triple corona con el Inter de Milán, confiesa al diario Clarín : “Vestir la camiseta de la Selección no se compara con nada”. ¿Ni con ganar la Champions League ?”, le pregunta el periodista. “En el fútbol son más las malas que las buenas –reflexiona el zaguero–, y esa es una alegría enorme. Pero la Selección tiene otro sabor, está por encima de todo”. Así piensan casi todos los futbolistas.
La mejor prueba la darán los Bafana Bafana sudafricanos. Son menos que México, Francia y Uruguay, sus rivales de grupo. Pero recibieron tanto cariño, es tal la expectativa en este país que dejarán la piel por devolverles algo. Anteayer, 200.000 hinchas enfervorizados acompañaron el bus del equipo al pasar por Johannesburgo.
Además del amor hay, también, ciertas obligaciones. No es fácil renunciar a la selección nacional, despreciarla; quien lo hace queda expuesto al escrutinio de su pueblo. Sobrevuela la palabra traición. Y luego hay que volver al país. Jugar el Mundial significa mantenerse en la cima y garantizar buenos contratos futuros. Pero las estrellas Rooney, Xavi, Cristiano Ronaldo, Kaká, Casillas, Buffon y otros 500 más que están en Sudáfrica no necesitan de esta copa para fichar por un club y obtener un salario suculento.
El arco se ha doblado tanto que las puntas vuelven a juntarse. Estos ultramillonarios vuelven a jugar por placer, por la camiseta y por la gloria. Como Nasazzi.