Buenos Aires
¿Viste Schalke 2-Athletic de Bilbao 4...? “Sí, ¡fabuloso...!” ¿Y Olimpia 3-Flamengo 2...? “También, ¡Buenísimo!” Consultamos con amigos y colegas porque, en medio de tanta crítica, uno duda; quizás el apetito de buen futbol nos estimula en exceso el optimismo.
O puede que, efectivamente, estemos asistiendo a grandes espectáculos. Quizá se trate de una racha pasajera, pero vemos gran futbol en los últimos tiempos.
Todas las semanas recibimos el regalo de algún partidazo. O más de uno. Y no solo a nivel europeo, donde los clubes todavía concentran a los mejores talentos del mundo; también en nuestra Copa Libertadores se ven cosas muy buenas: el Universidad de Chile 2–Peñarol 1, ganado en el minuto 93, fue otra muestra de vibración, emotividad, lucha y juego.
Venimos de varios festivales inolvidables: Godoy Cruz 4-Nacional de Medellín 4; Manchester United 2-Bilbao 3; Barcelona 7-Bayern Leverkusen 1; Boca 4-Independiente 5.
Se ven proezas técnicas (el miércoles, ante el Milan, Iniesta, Xavi y Messi levantaron en la espesura del área milanista, poblada por un bosque de piernas, una pared finísima). Proezas realzadas por una serie de factores concretos. A saber:
1) El juego es muy veloz (lo que quita precisión, pero agrega adrenalina). Y notablemente intenso. No se ven más partidos de ritmo cansino, que despertaban el clásico “Se mueven como carretas”.
2) Hay una extraordinaria dinámica, lo cual reduce espacios. Nadie hace un toque y se queda parado, va a buscar o se sitúa de nuevo como opción de descarga; los rivales se mueven constantemente, complicando a quien lleva la pelota.
3) La presión de marca sobre el adversario y sobre la pelota es asfixiante (por eso es casi imposible jugar a más de dos toques, porque se la roban al que se entretiene; hay que controlar y pasar). Y aún así, se logra armar juego.
4) No existen más las posiciones fijas. Los delanteros colaboran en la marca, los laterales se desdoblan en defensa y ataque. Los volantes suben y bajan sin pausas. Tanto anota un gol el zaguero como lo salva el delantero.
5) El grado de preparación: hoy son atletas formidables que corren 95 ó 96 minutos y pueden seguir un buen rato más. Antes, cuando iban 70 minutos de un partido solíamos decir “Fulano está muerto”, “El equipo se fundió en el segundo tiempo...”.
6) La transferencia de conocimientos. Un paradigma es el puesto de arquero: el peor de los actuales hubiese sido extraordinario en el pasado. Porque han aprendido a salir, a anticipar, a jugar con los pies, a generar contraataques con sus saques, a patear tiros libres y penales, incluso van a cabecear el último centro si su equipo está perdiendo o necesita el triunfo. ¡Y ganan en el cabezazo...!
7) La concentración de jugadores en el medio para obstruir el armado del adversario, para no dejar pensar la elaboración de la jugada.
8) El reglamento impide la especulación y las demoras. ¡Hay que jugar! Pese a tantas limitantes, se ven bellísimos juegos, lindos goles, jugadas de alta pericia técnica.
Una de las razones fundamentales de esta ráfaga de buen futbol es el fin de la especulación. Ya no es negocio especular. El que defiende a ultranza, metido en su área, pierde. Tarde o temprano, lo embocan.
La cantidad impresionante de partidos que se ganan o se empatan en tiempo de descuento, dice claramente que no hay especulación; todos se buscan.
La victoria es el único negocio redituable. Por los tres puntos al vencedor, el empate dejó de ser una apuesta atractiva. Antes, un equipo iba ganando y ponía el partido en la congeladora. Ahora es difícil hacerlo porque el rival presiona mucho y si no se sabe defender con la pelota, se arriesga demasiado.
La semana pasada, una de las cadenas de TV emitió, completa, la final de la Copa de Europa de 1984 entre Roma y Liverpool. Terminaron 0 a 0 y, tras el alargue, se impuso el club inglés por penales. ¡Qué desilusión...! Parecía un juego de veteranos. ¿Esto nos entusiasmaba tanto...? ¿Cómo podía ser...? Naturalmente, cada época tuvo su encanto. Uno disfruta lo que hay. Además, no es el objetivo desmerecer el pasado, sin embargo no cabe duda: el presente es muy superior.
Y en este momento en especial, con Barcelona como abanderado, estamos viendo algunas maravillas. Desde luego, está lleno de periodistas o de ex futbolistas devenidos en analistas que hablan permanentemente de fallas defensivas. Porque criticar supone saber, da estatus. Recordamos a un famoso comentarista de una cadena de TV continental; le habían convertido un gol de cabeza a Argentina en la final del Mundial Juvenil 2007 y señaló: “Lo dejaron cabecear”. No, el rival no tiene que pedir permiso. Ni avisa lo que va a hacer. No se pueden gobernar los actos del adversario ni saber lo que está pergeñando quien lleva la pelota. Fue todo mérito del delantero, entró como una tromba, anticipó y la estampó en la red. Además, si no se pudiera cabecear, ¿para qué se tiran centros...?
Siempre estará la falla humana, pero muchas más veces los goles son por mérito del atacante. También por errores inducidos por el rival (ese es el objetivo de presionar). Y por las circunstancias de un juego dinámico, imprevisible. Es un deporte de movimiento continuo.
¿Por qué se está jugando mejor...? Sin duda, aquella es la razón certera: ya casi no existe la especulación. Se la puede declarar oficialmente abolida. Y afirmar sin temor que estamos viendo buen futbol. ¿O queda mal decirlo...?