Kingston. Los años 80 empezaron mal: John Lennon cayó bajó las balas de un desquiciado y un cáncer le puso fin a la vida de Bob Marley.
(Para colmo de los colmos, Ronald Reagan llegó a presidente de Estados Unidos).
La muerte da inmortalidades curiosas: a Elvis Presley, por ejemplo, lo volvió uno de los artistas más ricos de todos los tiempos sobre la faz de..., donde quiera que esté.
Hablar de Jamaica, es poner el automático en Marley y en su reggae, al que hizo universal.
“Vamos al museo. Tienen que ir: venir a Jamaica y no visitar a el museo de Marley, es no haber venido a Jamaica”, sentenció V. Francis, el taxista que nos trajo y nos llevó en la mañana de ayer.
Con esas palabras, quedó claro lo que representa Marley para esta isla; una presencia que, en todo caso, es fácil de percibir.
Museo y mausoleo. La casa de Marley es de dos plantas y la preside una estatua del músico, con el dedo índice de su mano derecha apuntando hacia el cielo.
En esta casa vivió y en esta casa tuvo su sede su compañía grabadora; en otras palabras, acá construyó su leyenda.
Leyenda es el álbum más exitoso del reggae; se editó de manera póstuma, tres años después de la muerte de Marley, lo que deja en claro el tamaño músico que fue.
Uno puede tomarse un café en Leyenda, la cafetería que lo recibe a uno apenas entra a la casa-museo-mausoleo.
No es barato, pero poder rajar que se tomó un cafecito en la casa de Marley, como dice el anuncio, no tiene precio.
La vigilancia es estricta: no se permiten cámaras y ante la mínima sospecha el guarda –firme y robusto– cumple de manera excelente sus funciones de líbero a la italiana.
Entrar con una cámara a la casa de Marley prende todas las alertas, como si uno entrara con tarro de pintura a la pinacoteca de El Vaticano.
Suele suceder con los famosos que se fueron al más allá: los del más acá son aún más celosos que aquel que partió.
Los precios de la tienda de recuerdos son elevados; eso sí, se puede encontrar casi cualquier cosa que tenga que ver con el celebérrimo músico y su Jamaica.
El tour dura una hora y cuesta $20 (un poco más de ¢10.000), lo mismo que una bolsa de 250 gramos de café Marley, una forma de recordar que uno estuvo, nada menos, en la casa del gran Bob Marley.