Hace muchos años me tocó ver un pleito, perdón, ¡un pleitazo! en el polideportivo cerca de mi casa. Era un partido de canchas abiertas el domingo por la tarde; el árbitro pitó penal dudoso contra los visitantes y le llovieron reclamos. El juez, de impecable uniforme negro –todavía no llegaba la moda chic – se plantó firme y mantuvo su apreciación. Pero diez minutos después el señor tomó una decisión suicida: pitó otro penal contra el mismo equipo.
No había terminado de señalar la falta cuando se le vino encima una tromba de jugadores enfurecidos. El primero lo empujó con el pecho; el segundo le dijo algunas cosas de la mamá y el tercero lo tumbó de un puñetazo.
Si los futbolistas locales –verdaderos héroes de El Porvenir de Desamparados– no se meten, hoy la cancha llevaría el nombre de ese árbitro, como homenaje póstumo. Ni siquiera había guardalíneas que volaran banderazos de protección. Así que por dicha el pleito se convirtió en una trifulca de los equipos y aficionados metiches; mientras tanto, algún alma bondadosa aprovechó la distracción para jalar de los brazos al árbitro y meterlo a toda prisa a un pequeño camerino, protegido por un candado y una portón de hierro.
Al rato llegó la policía a sacarlo en patrulla, todo moreteado. Una semana después el equipo de El Porve devolvió la visita, creo que en Aserrí; yo mejor ni fui.
Siempre me acuerdo de la anécdota cuando veo fallar a un árbitro. ¡Qué difícil debe ser estar ahí metido! Si pita falta le reclaman los de este lado, si no la pita se le van encima los del otro.
Ahora el Presidente de la Comisión de Arbitraje sugiere poner dos asistentes más. No hay ni que pensarlo: 12 ojos ven mejor que ocho. Sobre todo los cuatro adicionales, que estarían siempre en el área, donde se cocinan las polémicas más calientes de este deporte.
Vendrán los regateos de los clubes: que sale muy caro, que hay partidos que ni alcanza para pagar la luz. Pero si quieren eficiencia arbitral, tendrán que pagarla. No les va a salir gratis. Ya se sabe que es una locura encomendarle la vigilancia de un terreno de 105 metros por 68 a un solo patrullero, resguardado por dos asistentes que no pueden poner ni un pie dentro de la cancha. Hasta la International Board (entidad que estudia las reglas del futbol) vio que eran necesarios los refuerzos, y eso que la entidad dura décadas para mover sus rígidas manecillas victorianas.
Mientras la tecnología desarrolla ojos electrónicos que certifiquen los goles sin parpadear, y FIFA aprueba su uso, los dos jueces adicionales servirían para apañar muchos errores.
Quién sabe si a aquel árbitro de la anécdota le hubiera funcionado tener los dos asistentes detrás de las porterías. Pienso que sí. Como mínimo, lo hubieran atajado cuando iba para el suelo.