Un mensaje de texto la arruinó las vacaciones a Jeremy Araya. Era mayo del 2014, aunque también puede que haya sido junio. Araya descansando en Guanacaste junto a su familia cuando su celular vibró y supo que se había quedado sin trabajo.
Recién había concluido un torneo bastante exitoso con la Universidad de Costa Rica. El equipo había clasificado a semifinales, en las que había perdido ante el Deportivo Saprissa, eventual campeón. A Araya le restaban seis meses en su contrato con el equipo académico todavía; el fantasma del desempleo parecía lejano. ¿Quién se iba a preocupar por eso estando en la playa junto a su esposa y su hijo?
Luego su celular vibró y, de pronto, el dinero que Araya debía estirar por un par de semanas –las que faltaban para comenzar la pretemporada y, por ende, para volver a recibir salario– ahora debía alcanzar por un tiempo indefinido. ¿Quién puede disfrutar de la playa cuando se tiene todas esas preocupacio-nes en la cabeza? Araya le dijo a su esposa que guardaran las cosas en la maleta y se marcharan, porque ya no podían pagar el hotel.
La suya fue una situación dramática que, cada seis meses, con la conclusión de cada torneo nacional, se repite en las vidas y carreras de varias decenas de futbolistas costarricenses. El deporte es hermoso, pero el negocio del deporte es ingrato. El fútbol es una corporación universal que factura cantidades exorbitantes de dinero; sin embargo, no todos son los elegidos a gozar de sus mieles.
La única competición nacional que se consume de forma masiva en el país no alcanza para alimentar a todo el mundo, por mucho que domingo a domingo, miércoles a miércoles, buena parte de la atención nacional se vaya a las canchas de los 12 equipos de Primera División. Así, dos veces al año, unos 50 o 60 jugadores –la cantidad fluctúa, pero ronda esas cifras– pasan por el mismo choque sufrido por Jeremy. Dos veces por año, muchos deben considerar si su futuro realmente está en correr detrás de un balón o si es momento de abandonar el sueño de juventud.
Para Jeremy, oriundo de Desamparados, el susto había llegado antes.
Desde niño quiso ser futbolista, siguiendo el ejemplo de su hermano José –actual asistente y encargado de ligas menores del Santos de Guápiles–, pero su papá insistió en que antes debía estudiar. Sacó el sexto grado y luego las puertas comenzaron a abrirse. Jugando para Hatillo 3 y para una selección regional, fue descubierto por agentes del Deportivo Saprissa. Su padre firmó su primer contrato y la vida comenzó a pintar.
Con Saprissa sacó el bachillerato –el equipo creó un instituto para que sus jugadores pudieran estudiar– y luego, gracias a una beca deportiva, estudió psicología en la universidad –no ha concluido, pero dice que le faltan pocas materias–. Jugó en ligas menores, en segunda división, entrenó con el equipo de primera y defendió la camisa morada en 90 minutos por la vida. Pero, tras diez años con el equipo morado, en el 2011 fue cedido a préstamo al Orión.
"Fue como si me reventaran la burbuja en la que había estado", recuerda Araya. "En el Saprissa, las comodidades eran muchísimas. Si una camisa tenía un huequito, yo pedía otra sin ningún problema. En Orión, a veces tocaba ponerse ropa que olía mal".
El salario de Araya seguía siendo responsabilidad de Saprissa, pero convivir con jugadores que habían pasado por situaciones muchísimo más complejas le abrió los ojos. "Tenía compañeros que tenían meses sin cobrar".
Tras su paso por el Orión, Araya tuvo la oportunidad de jugar en El Salvador, para el Juventud Independiente. "Uno piensa que jugar en el extranjero significa éxito. Yo fui a vivir en una casa donde no había muebles ni tele, donde me bañaba en una pila, con una taza, porque en los camerinos no había agua potable".
Nueva cultura
"Hoy estás, pero mañana no sabés". Con estas u otras palabras, esa misma expresión aparece una y otra vez cuando se conversa sobre el fútbol como negocio y como oficio, sobre todo cuando se toma en cuenta el riesgo –la realidad– del desempleo.
Steven Bryce, futbolista retirado y Director Ejecutivo de la Asociación de Jugadores Profesionales de Fútbol de Costa Rica (Asojupro), la repite varias veces no por necedad sino porque su trabajo es lidiar con ello.
Fundada en el 2007, la asociación ofrece distintas formas de protección a los futbolistas de primera y segunda división. A cambio de una cuota mensual de ¢5.000, sus miembros gozan de asesoría legal, convenios con universidades e institutos, y otros beneficios. Asojupro también ha tomado medidas para apoyar a los jugadores que no tienen contrato, así como para orientar a quienes sí tienen empleo para que tomen las previsiones necesarias con miras al futuro, cuando el fútbol se acabe.
“Hace cinco años comenzamos una cultura de ahorro, porque a los 20 años se puede ganar mucho dinero pero rara vez se cuenta con la madurez para manejarlo”, cuenta Bryce. “Brindamos consejo para ayudar a los jugadores lo más temprano posible en sus carreras”.
Asojupro creó una bolsa de empleo para que los clubes sepan cuáles jugadores están disponibles. Cuando el campeonato concluye, se publica una lista con los futbolistas sin contrato, que se actualiza conforme estos van encontrando empleo. Además, al jugador desempleado se le brinda un acompañamiento físico y psicológico.
“Entrenar solo no es lo mismo”, cuenta Donny Grant.
El exarquero, recientemente retirado, se unió hace poco a la asociación para apoyar a Bryce y a Alejandro Sequeira, su presidente. La labor de Grant se enfoca específicamente en los jugadores sin contrato.
“Organizamos entrenamientos y partidos para que los muchachos se mantengan activos y se muestren a los clubes. Hacemos lo posible por mantener un ambiente de grupo, en una cancha con otros compañeros”, cuenta Grant. “No es lo mismo hacerlo por tu cuenta, sobre todo cuando estás desempleado. Nosotros tratamos de que el ambiente en nuestras actividades sea lo más parecido a un equipo, para mantener la motivación y que el cambio no sea tan violento”.
Toca decir adiós
El desempleo es violento. Abandonar los sueños de niñez lo es más.
Juan Calderón dejó el fútbol profesional hace un año y medio, aproximadamente. Las complicaciones económicas con Barrio México, equipo con el que competía en la segunda división, lo obligaron a cuestionarse si todavía valía la pena.
“Jugar en segunda, y en muchos equipos de primera, es muy difícil porque la plata no alcanza”, cuenta. “Y no crea, yo conozco gente que juega en Heredia, Saprissa y la Liga que igual tienen que pulsearla por aparte”.
Calderón dice que una de las mejores cosas que le dejó el fútbol fue, curiosamente, el estudio. Gracias a una beca que le concedió el Brujas, con el cual jugó varios años, logró graduarse como administrador de empresas por la universidad Fidélitas. Ahora, en sociedad con sus hermanos, es el encargado de un complejo de canchas de fútbol 5 en San Rafael Arriba de Desamparados.
“Es muy difícil creer que uno puede quedarse solo con el fútbol. Hace una semana me ofrecieron una opción en Jicaral, pero lo que me gano aquí, en mi negocio, no me lo gano allá. No puedo, tengo responsabilidades”.
Michael Rodríguez es mucho más severo, aunque su posición es comprensible: recientemente fue cesado del equipo de Santa Ana. Antes de eso, su carrera lo había llevado por todo el mundo, literalmente: jugó para varios clubes del país, también fue a Estados Unidos y Puerto Rico, y durante año y medio jugó en la India.
Los altos y bajos a los que se ha enfrentado, sin embargo, lo han alejado del aspecto más emocional del deporte para enfrentarse a la realidad: “En este país, no vale la pena dedicarse al fútbol. Yo amo este deporte, lo practico desde los siete años. Pero si no estudiás y buscás algo más, no lo vas a lograr”.
La carrera es breve, la vida es larga
Cada vez son más los jugadores que aceptan que los sueños de niñez no pagan las deudas. Desde Asojupro mencionan, por ejemplo, que su iniciativa de ahorro navideño para jugadores de primera división comenzó con apenas 25 jugadores; ahora, el programa incluye a más de 200 futbolistas.
A la vez, la asociación procura actualizar constantemente su menú de opciones tanto dentro como fuera de la cancha para que los futbolistas encuentren un mejor futuro. Por ejemplo, participan en torneos internacionales ante equipos de jugadores sin contrato de otros países del continente; en las última dos ediciones, realizadas en nuestro país y en Colombia, el equipo de Asojupro quedó de subcampeón.
“Es una gran motivación, porque para muchos de ellos es su primera vez montándose en un avión y saliendo al extranjero. Además, la camaradería y la presencia de agentes de equipos de otros países hace que realmente se entreguen”, cuenta Steven Bryce. “El año pasado, uno de nuestros muchachos, Cristian Carrillo, fue fichado por un equipo de República Dominicana. Ojalá haya más posibilidades así”.
Hugo Viegas, el actual técnico del Municipal Turrialba, trabajó con Asojupro y también consiguió su actual empleo, en parte, por su participación en la temporada de agentes libres de la asociación. Viegas, quien también fue jugador, cuenta que en su tiempo las cosas eran muy diferentes y muchos menos profesionales; que la labor de Asojupro protege tanto como es posible al profesional del fútbol que de otra forma estaría desamparado.
“Es un trabajo importantísimo, sobre todo desde lo moral, porque no hay nada peor que sentirse marginado. En cambio, un jugador que se queda sin trabajo pero entrena con Asojupro está preparado para integrarse a cualquier club tan pronto lo llamen”, cuenta Viegas, nacido en Argentina.
Viegas también resalta el trabajo extradeportivo y la cultura de ahorro y estudio a la que Asojupro dedica sus esfuerzos. “Ser director técnico es, en parte, ser un docente. Uno trata de hacerles ver a los muchachos de que tienen que prepararse porque la carrera del futbolista es breve, pero queda mucho por vivir. Me río cuando dicen que a los 35 están viejos”.
El futuro
Jeremy Araya se está preparando para ser parte de la aventura del Municipal Grecia cuando el equipo debute en Primera División. El equipo es dirigido por Wálter Paté Centeno, uno de los responsable de que Araya no haya abandonado por completo su carrera en el fútbol, pese a que estuvo muy cerca de hacerlo.
Araya, sin embargo, ya no depende solamente de sus piernas para conseguir el sustento de su familia. Desde hace dos meses, junto a su amigo Gustavo Peña (exfutbolista), abrió las puertas de Sports Barber Spa, una barbería de temática deportiva. Ubicada 100 metros al norte de la Municipalidad de Tibás, el local cuenta con pequeñas canchas de fútbol y baloncesto, y un futbolín. “Estamos invictos, ningún cliente nos ha ganado”, cuentan.
Jeremy ya no solo patea el balón, también hace faciales y depilaciones, y corta pelo. Aprendió de otro hermano suyo, Gustavo, quien hace años se compró una máquina, puso un banco debajo de un palo de mango en la casa de sus padres, y ofreció cortes a sus amigos. Jeremy siguió su ejemplo y le cortaba el pelo a sus compañeros después de los entrenamientos y durante las concentraciones del equipo de Grecia. Cuando la apertura del local se acercaba, tanto él como Peña es capacitaron en técnicas de estética y belleza.
Después de los entrenamientos, Jeremy se monta a su carro y regresa a Tibás; en su negocio, que recién despunta, se siente en casa. Recuerda cuando jugaba en Puntarenas y tenía que hacer el viaje a San José para vender ropa que le permitiera cumplir con sus responsabilidades económicas; recuerda cuando las ventas no iban bien, la plata no alcanzaba para la gasolina del viaje de vuelta a la costa. Él y Peña, que fueron compañeros en Saprissa, en El Salvador y en la UCR, saben que su emprendimiento no es resultado de una casualidad, sino de lidiar con necesidades a lo largo de sus carreras futbolísticas.
No que eso haga que Jeremy resienta al deporte de sus amores, por mucho que este haya sido ingrato con él.
“El fútbol me ha tratado como una novia que me da vuelta, pero que amo tanto que no la puedo dejar”, cuenta, y aunque no quiera los ojos se le hacen cristalinos. “Si te va muy bien, ser futbolista en este país te va a permitir vivir con comodidad, pero para la mayoría es muy difícil. Hay que amar mucho el fútbol y creo que ese es mi problema. No puedo hablar mal de él, porque me ha dado todo, lo bueno y lo malo; soy quien soy por el fútbol. Me ha sacado lágrimas de alegría y lágrimas de tristeza, pero todas han valido la pena”.