Alajuela. El estadio Alejandro Morera Soto volvió a ser anoche un auténtico león que ruge empujando incondicionalmente a su equipo.
Aunque las gradas del recinto manudo no lucieron un lleno a reventar, el tradicional entusiasmo de los aficionados rojinegros (una inmensa y lógica mayoría ayer) alcanzó para alentar a los suyos desde muchísimo antes de que se escuchara el pitazo inicial.
Como pocas veces se ha dado en la historia reciente del clásico nacional, y mucho menos aún en una final entre los acérrimos rivales, el orden y la seguridad marcaron el ambiente del juego de ida de la final del Torneo de Verano.
Desde el cierre de las calles aledañas al estadio alajuelense, la venta (y reventa) de las últimas entradas y la revisión cuidadosa de los aficionados, hasta el ingreso de los equipos al calentamiento previo, todo fue fiesta en El Llano.
El otrora ambiente hostil e inseguro que desencadenaba el choque de las barras rivales, tanto afuera como adentro del estadio, dejó su lugar a un clima familiar.
La afición morada (unos 1.000 seguidores en total) no se reunió en un solo sector del estadio, como solía hacerlo, pero sí se distribuyó en las graderías, sin temor, camuflada en medio de los rojinegros.
Ahí miró el partido en silencio, acallada por miles de gargantas manudas que media hora antes del juego comenzaron a sembrar temor con sus cánticos.
Eran los mismos de siempre, los que comienzan los 700 aficionados empadronados en la gradería oeste, pero que replicados anoche por el estadio entero, se escuchaban especialmente ensordecedores.
No faltaron las canciones que hacían mención de sus rivales morados, esas fueron entonadas con más fuerza y rabia, aunque con la certeza de que no tendrían una respuesta desde el otro lado de la grada.
Quizá a algunos les hizo falta, mas lo cierto es que por primera vez en mucho tiempo, fue más importante (y seguro) el duelo de los equipos en la cancha.