Enschede, Holanda No se puede comprar ropa, ni activar un celular, ni mucho menos pagar servicios públicos o ir al banco.
En la ciudad de Enschede todo el comercio cierra los domingos. Hasta los centros comerciales tiran cortinas metálicas; es el día para descansar, no para andar en compras ni haciendo filas.
Enschede no tiene aeropuerto cerca; se llega desde la capital holandesa Ámsterdam en un tren que dura dos horas y media.
Es un sitio tranquilo y pequeño, sin embotellamientos o delincuencia. Las casas no tienen rejas y la gente puede usar los cajeros automáticos de noche, sin el riesgo de terminar al otro día en la página de sucesos del periódico.
Las ventanas cierran casi por completo el domingo. Solo abren algunos restaurantes, entre ellos las cadenas de comida rápida. La gente aprovecha para ir al Parque del Pueblo, un pulmón céntrico, a pasear los perros y disfrutar con niños en un lago rodeado de patos.
La ciudad tiene sus grandes defectos: la vida es cara (en un restaurante pueden cobrar hasta ¢20.000 por un plato normal) y hace frío nueve meses el año.
El verano (de junio a setiembre) da un poco de tregua, pero entonces la temperatura llega a más de 35 grados y el calor agobia.
Este año el otoño se adelantó un poco y para mediados de setiembre ya hacía frío y viento. La temperatura bajó a 10 grados celsius, un lujo comparado con enero, cuando estarán bajo cero.