Los que tienen buena memoria se van a acordar del chiste. Es de principios del 2003, cuando Vergara compró a la ‘S’. “Llega uno de los asistentes y le dice, ‘Don Jorge, es que el Banco Popular está preguntando que cuándo va a pagar la deuda de Saprissa’. Vergara piensa un segundo y responde: ‘Averígueme cuánto vale el Banco Popular”.
En aquel momento así se veía en Costa Rica al magnate sin calcetines de Omnilife: como un Santa Claus futbolero que llegaba repartiendo cofres repletos de dólares. Pero el libro Saprissa siempre grande , de los expresidentes morados Bernardo Méndez y Enrique Weisleder (con invaluable apoyo del periodista Danilo Jiménez) desmitificó el asunto: Vergara fue un comprador astuto, adquirió el club a precio de ganga y aprovechó el evidente estado de desesperación de los vendedores.
Sin embargo, grande o pequeño, el tanque de oxígeno de Vergara les permitió a los tibaseños sacar la cabeza del agua cuando se ahogaban en un océano de deudas. Los atrasos de salarios y las huelgas de vestuario eran cosa de todo el tiempo; Alajuelense explotó esa postración de su archirrival y cabalgó hacia un cómodo tetracampeonato.
Vergara llevó a Tibás estabilidad financiera (más allá de cuánto pagara por las acciones) y permitió construir un proyecto deportivo exitoso, cuyo pico fue el Mundial de Clubes. El lado malo fueron los antivalores de petulancia e irrespeto que acompañaron aquellos años, especialmente de la gerencia y el entrenador.
Después del 2005 Vergara le fue perdiendo interés al juguetito de Costa Rica y se embarcó en empresas más grandes y cercanas para él: ganar influencia en la poderosa Comisión de Selecciones de México y construir el nuevo estadio de Guadalajara. Hasta repatrió a Mariano Varela, el último dirigente de peso (de cualquier nacionalidad) que tuvo la “S”.
Era lógico que quisiera deshacerse de un activo que ni siquiera se sabe si le dejaba ganancias. La pose de “yo no estoy vendiendo” cada vez fue menos creíble. Todavía el jueves, con el lapicero en la mano y listo para firmar, insistió en que no había nada.
La gestión de Vergara fue un sumario o de tonos claros y oscuros. Si me preguntan por el balance, resulta positivo para el saprissismo: le tiró al equipo un salvavidas en un momento bisagra de su historia y lo llevó a ganar grandes cosas. Si no hubiera llegado, quién sabe qué hubiera pasado con un Saprissa en bancarrota.
Por eso de las cláusulas de confidencialidad quizás nunca lleguemos a conocer cuánto le pagaron por las acciones. Pero no dejo de pensar en aquel empresario que sagazmente obtuvo el mejor precio en 2003. Vergara fue muy astuto al comprar, ¿lo habrá sido también al vender?