Fue un cuadro norteño muy superior al que venía jugando este torneo. Hay equipos así: se crecen cuando existe mucho en juego, o cuando perciben que están abajo en los pronósticos.
Herediano, en cambio, se vio más pequeño, extraviado, sin brújula para tomar el camino correcto. Queda, sin embargo, el segundo capítulo de esta novela inconclusa.
El juego empezó con mucha dinámica; esto es, velocidad en los desplazamientos, pero sin orden para traducir tal despliegue en una rayería sobre el marco oponente. Fueron guantazos sin mucho sentido, lanzados más por adrenalina e inspiración que por táctica.
Así, San Carlos obtuvo su primer gol por intuición y no por creatividad. El lateral rojiamarillo Fabián Rojas se equivocó en un servicio: olvidó que en el futbol hasta un inofensivo pase lateral se puede convertir en amenaza, pues siempre habrá algún oponente al acecho. Fue como dejar la casa abierta; los norteños recuperaron la pelota y se metieron hasta la cocina.
Recibir un gol no es ninguna tragedia. El problema para Herediano es lo poco que hizo para remendar el parche. Se imponía carácter y buen futbol, pero solo pudo exhibir desesperación y carencias.
Froylán Ledezma sí estuvo muy activo. Para detenerlo, los zagueros locales tuvieron que instalar una barricada humana en el área: si no podían despojarlo del cuero, al menos tapaban el disparo.
El segundo gol fue una metáfora de las angustias rojiamarillas: el arquero Leonardo Moreira salió a nada, intimidado por la presencia de Álvaro Sánchez, y terminó regalando la portería. El