Es una fiesta de lujo, de traje y corbata, zapatos bien lustrados, medias nuevas, música selecta.
En su lugar, el Mundial se transformará en un gran turno –si la FIFA eleva a 48 sus participantes–, con galleta suiza, algodón de azúcar y caballitos dando vueltas con sonido a lancha vieja.
Me gustan los turnos, me encantan desde niño, más aún si de la cocina emana el aroma a aguadulce y se abren paso los gallos de papa. Benditos sean los turnos, hechos para todo el mundo, junto a la plaza y la iglesia de la parroquia.
El Mundial, sin embargo, es –o debería ser– otra cosa.
Al Mundial con 48 equipos llegaría todo el mundo, hasta la gata del cura, como en las fiestas parroquiales. De nuevo: los turnos no tienen la culpa. ¡Qué feliz fui en ellos!
¿Será que peco de egoísta? ¿Olvidé tan pronto que Costa Rica tendría menos mundiales si FIFA no hubiese aumentado los participantes de 24 a 32 a partir de Francia 98?
La Sele se habría perdido al menos de Alemania 2006, al que llegó con boleto de tercer clasificado, insuficiente en décadas anteriores, cuando Concacaf disponía apenas de uno o dos boletos.
En un formato de 48 equipos mundialistas, con seis plazas para Concacaf, Costa Rica no tendría excusa para perderse una sola edición. Me hace poca gracia. Prefiero el crujir de dientes, las uñas comidas, las canas al por mayor, la necesidad del mejor esfuerzo, el llamado a todos los legionarios, el estadio a reventar pujando por la necesaria victoria. Prefiero la eliminación, que obliga a replantear.
FIFA, obviamente, prefiere más países felices, más pantallas de televisión vendidas, más comerciales.
De paso, a los actuales jerarcas del fútbol no les faltarán votos, con África y Asia alegres a más no perder, con nueve y ocho boletos directos según el plan para el 2026.
Asia no es mucho más que Concacaf. Ni uno solo de sus equipos supera a México, Costa Rica o Estados Unidos en el ránquin de FIFA. África, en tanto, no ha dejado de ser una promesa, desde que en una de mis primeras notas titulé “África ghana”, por el subtítulo ghanés en el mundial juvenil de 1993.
La Copa se llenará de equipos-relleno, de esos que ya hoy van cruzando los dedos para toparse a Portugal, Argentina y Brasil, la oportunidad de lograr el selfi con Cristiano, Messi o Neymar.
Supongo, tan solo supongo, que una vez llegado el Mundial uno se olvidará de todo y le llamará de nuevo la gran fiesta.