Llegó al futbol con traje entero de Mecenas y disparó millones a casi todos los que pusieron la mano. Si había que reparar un estadio, o instalar una cancha sintética, o pagar una planilla, ahí estaba Minor Vargas con la chequera lista para apagarle las congojas al futbol. Siempre fue espléndido, menos para una cosa: revelar de dónde venía su fortuna.
Este empresario de 60 años llegó a ser un rey del deporte rey. Las múltiples ramas de su “imperio” llegaron a controlar dos equipos de Primera División y cinco de Segunda, que competían entre ellos en las mismas ligas. Relatado así, suena increíble que se permitiera semejante conflicto de intereses, pero con los reglamentos de Costa Rica, cualquier cosa puede pasar.
El castillo se le derrumbó el 18 de enero de este año, cuando agentes del FBI lo detuvieron en el aeropuerto JFK de Nueva York. “¿Usted es Minor Vargas?”, preguntaron. Respondió que sí y al poco rato estaba en una cárcel.
La Fiscalía del estado de Virginia lo acusa de diez cargos de fraude y lavado de dinero. Pasó todo este año tras las rejas, en prisión preventiva, alistando su defensa para el juicio que comienza el 13 de febrero de 2012.
Vargas es sospechoso de participar en una estafa millonaria a través de su empresa aseguradora Provident Capital Indemnity (PCI). Según la acusación, respaldó inversiones sin intención de pagar. Para engañar a los clientes, presentaba falsos atestados financieros (siempre de acuerdo con la explicación de los fiscales) que le inventaba a la medida su contador, Jorge Luis Castillo, también detenido.
Castillo confesó su culpabilidad el 21 de noviembre, y se le reducirá la pena a cambio de declarar contra Vargas en el juicio de febrero.
El empresario permanece recluido en Virginia. Está en un pabellón de baja seguridad, reservado para delitos de cuello blanco y presos de reducida peligrosidad. Comparte un salón con 10 o 12 personas, todas con cama individual, según detalló su hijo Rolando, quien aceptó hablar con
Rolando es muy optimista sobre la situación de su papá. Dice que todo se debe a una “confusión”, y considera que la confesión de Castillo más bien puede favorecer a Vargas, pues significa –desde su óptica– que ya están apareciendo los verdaderos responsables.
Vargas llama a su hijo una vez por semana, desde la prisión. “Nosotros lo vemos como si fuera uno más de sus viajes de negocios. Son llamadas en el mismo tono, de saludo, y por supuesto para mostrarle todo el apoyo. Hablamos de futbol, de la Selección, de los equipos con los que en algún momento estuvimos involucrados. También de situaciones familiares personales”, contó Rolando.
En la celda, Vargas puede enviar y recibir correo impreso, que le revisan previamente. Puede guardar algunas cartas, pero solo una cantidad limitada, para que el archivo no se haga muy extenso. No le es permitido recibir fotografías, pero su familia le envía imágenes escaneadas y pegadas en las cartas. Así conoció al último de sus nietos, que nació hace dos meses. No tiene acceso a Internet. Sí cuentan con un televisor en el salón, y hay un área verde para hacer ejercicio.
El exdirigente bajó de peso en estos meses, según comentó su hijo. En la prisión respetan su costumbre de no consumir carnes rojas y le permitieron suscribirse a una revista de economía.
En una ocasión, hace muchos años, sentado en el palco principal del estadio Ricardo Saprissa, Vargas señaló una vieja tapia –durante su época como presidente del equipo morado– y se permitió hacer un viaje de nostalgia. “Una vez tuve que entrar por aquellas cloacas a vender melcochas, cuando era chiquillo. Y vean donde estoy sentado ahora”.
No contó la anécdota con altivez, aclara su hijo Rolando, quien relató la historia. Era la forma de evocar su pasado: venía de una familia pobre y vender melcochas fue su primer empleo.
El currículo de Vargas da como para ir a buscar trabajo de gerente en una transnacional: tiene un doctorado en Economía, fue vicerrector de la Universidad Nacional en tres distintas áreas –Docencia (1981-1982), Administración (1992-1993) y Desarrollo (1995-1996)– fue asesor del Banco Mundial y se encargó de organizar una zona franca entre Palestina e Israel, entre muchas otras aristas de su vida empresarial.
Desde el 2004 tomó el control de PCI, una compañía de seguros que viene con líos desde la década de los 90. Se le prohibió operar en varios estados de EE. UU. por riesgo de fraude. En una entrevista con
Se involucró en el mundo del futbol por su amistad con Jorge Guillén, expresidente del Saprissa. Integró varias comisiones a finales de los años 80 y entró a la junta directiva a principios de la década siguiente. Según personas que lo conocieron en aquella época, desde el principio estaba claro que no se iba a conformar con ser un vocal más: siempre apuntó a la silla principal.
Llegó a ser presidente del club tibaseño el 18 de octubre del 2001, cuando el equipo ya era una Sociedad Anónima Deportiva. En aquel momento, dijo que su objetivo era consolidar a Saprissa bajo el nuevo esquema corporativo, pero le tocó afrontar la peor crisis en la historia del equipo, que derivó en problemas deportivos: huelgas de jugadores, ausencia de títulos, desencanto de aficionados.
Su gestión fue corta, pues otra Asamblea del 23 de enero del 2003 lo removió del cargo. A partir de entonces, y durante unos años, su nombre dejó de sonar en el ambiente futbolero.
Vargas regresó con el proyecto de Barrio México, en Segunda División, en enero del 2006. Tres años más tarde había ganado amplia presencia en Primera. ¿Cómo es que un dirigente de Segunda termina controlando siete equipos en las dos principales divisiones? Pues repartiendo dinero y ganando influencias.
También desarrolló otras empresas, como el Grupo Ícono, que se dedicaba a publicar revistas. A través de Profutbol, instalaba canchas sintéticas, uno de sus brazos operativos más importantes para generar alianzas entre municipalidades y equipos.
En algún momento coqueteó con la posibilidad de presidir la Unafut y hasta la Fedefutbol. Promovió un golpe de Estado en la Federación, que no fructificó. Lo suyo era mucho más que dirigir un club pequeño.
“Lo que quiero es que haya honestidad en el futbol”, dijo en una entrevista de julio del 2010. La honestidad es, precisamente, el gran valor por el cual irá a juicio en febrero. Si lo encuentran culpable, el gran Mecenas del futbol de Costa Rica se enfrentará a décadas tras las rejas