Seis días de humildad, alegría, cordialidad. Seis días en los que el horizonte futbolero fue iluminado con el brillo de las luminarias del pentacampeón mundial.
Brasil arribó al país el lunes y desde entonces nada fue igual.
En el aeropuerto Juan Santamaría el baile y los cantos le dieron una calurosa y pintoresca bienvenida a figuras del calibre de Ronaldinho, Dani Alves, Julio César y Neymar, la última gran sensación del balompié mundial.
Ante cada gesto de admiración de los costarricenses, los ídolos respondieron con una sonrisa contagiosa y una anuencia total a la firma de autógrafos.
A mitad de semana, tanto el Proyecto Gol como el estadio Nacional fueron invadidos.
Los carismáticos brasileños saludaban, aunque fuera a distancia.
Unos 300 niños de escuelas marginales del Área Metropolitana visitaron el miércoles a los integrantes del combinado auriverde y alimentaron el sueño de conocer a quienes imitan con reiteración en las mejengas del barrio.
Asimismo, ese día unos 200 aficionados también se deleitaron más con la gentileza de los sudamericanos para tratar a las personas, que con la destreza y habilidad para tratar al balón sobre la grama del Estadio Nacional, en el parque La Sabana.
Incluso, en el cuartel de concentración de la Verdeamarela, el hotel Marriott, la privacidad fue “asaltada” con tal de esperar un instante para juntar a ídolo y seguidor, un matrimonio de ensueño.
El partido fue más de lo mismo. Cánticos, baile, colorido, humildad y gentileza.
Saltaron a la cancha Julio César, Ronaldinho y Neymar. Luego lo hizo Dani Alves. Hasta en eso cumplieron con honor.
Ronaldinho siempre sonrió, Neymar siguió el ejemplo, mientras el resto del plantel respondió gustosamente a los aplausos de los aficionados.
Neymar castigó con un gol, empero se le perdona como recompensa a una constelación de luminarias que encandiló al país entero.