Fortaleza, Brasil Ni el más optimista de los aficionados de la Tricolor se esperaba una victoria tan contundente ante Uruguay, un excampeón del mundo.
Minutos antes del partido los ticos se reunieron entusiasmados por el hecho de volver a ver a la Sele en una Copa del Mundo.
Para ese entonces, la palabra victoria era un término a lo mejor demasiado audaz para pronunciarlo.
Por su parte, los uruguayos saltaron a la calle con la intención de abrir la cripta de los fantasmas del Maracanazo de 1950. “Seremos campeones otra vez”, coreaban algunos charrúas minutos antes del compromiso, sesgados por el cuarto lugar que obtuvieron en el mundial anterior y la Copa América que conquistaron en el 2011.
La mayoría del estadio de Fortaleza estaba teñido de celeste, los costarricenses eran apenas una masa de 2.000 aficionados colocados de manera uniforme en la gradería norte del inmueble.
Sin embargo, a la hora de entonar los himnos, el “labriegos sencillos” costarricense le jugó de tú a tú a los decibeles de la República Oriental de Uruguay.
El encuentro. En la cancha fue otra historia los primeros minutos, fueron uruguayos, pero poco a poco los ticos fueron ganando confianza.
Cada vez que Joel Campbell hacía una finta para eludir a sus rivales, el “oee eee ticos” se fue ganando adeptos, lo que generó una conexión entre la afición y el equipo.
Los neutrales brasileños se pasaron al bando de los ticos, quizá por la rivalidad entre las dos naciones o por la zurda beneficiada de Campbell junto a la entrega de Yeltsin y el vértigo de Gamboa.
Cayó el empate de Joel que reventó el fervor en la gradería, tres minutos después un cabezazo fulminante de Óscar Duarte creó un ambiente inigualable.
La anotación de Marco Ureña fue lo que terminó de marcar la faena de los ticos en tierras suramericanas.
Los últimos minutos fueron lapidarios para la Celeste.
En fin, los pocos se sintieron mayoría en la grada y en la cancha.
Ya en los últimos cinco minutos todo era un olé para un lado y un olé para el otro.
Mientras que los uruguayos, alguna vez entusiasmados, se quedaron en la cripta de 1950.
Al finalizar el compromiso, el término victoria era tan increíble como al principio.
La afición salió con rumbo a la Avenida Beira Mar, a tratar de asimilar los segundos 45 minutos de un partido que guardarán para siempre en la memoria.