Cartago
Son las 7 a. m. del sábado 25 de junio y mientras que aún muchos duermen, a un grupo de seguidores del Cartaginés los superó la pasión y con su camiseta azul y blanco pegada al pecho esperan ansiosos en las afueras del Fello Meza, esta vez no para alentar, sino para pintar el lugar donde han vivido tantas alegrías y frustraciones.
Poco importa que en su mayoría tocan una brocha por primera vez, o que no tienen claro cómo utilizar un rodillo. También queda de lado si la piel o la ropa se manchan por la mala técnica para ejecutar cada trazo, al final la tonalidad de la marca que queda es igual a la del color que tanto aman y defienden, el azul.
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El tedioso trabajo de estar doblegado para alcanzar los lugares más incómodos, de rodillas para dar el detalle final, soportar frío en las primeras horas de la mañana y calor conforme avanzaba el día, no parecía tal. En el rostro de cada uno de los blanquiazules que se hicieron presentes, la sonrisa era el gesto más común.
Niños, jóvenes, adultos mayores y mujeres, todos dispuestos a poner en pausa su descanso, el tiempo familiar, las labores domésticas, las tareas escolares o universitarias y cualquier otra necesidad típica del sábado, con tal de colaborar sin esperar un pago a cambio, simplemente por el orgullo de decir: "Yo ayudé a mi equipo cuando más lo necesitó".
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Un sobrino del legendario Leonel Hernández, un periodista de la provincia y hasta un seguidor del Saprissa se unieron al esfuerzo de los fanáticos brumosos, quienes en su gran mayoría no se conocían, pero los unía su pasión y eso fue suficiente para tratarse como amigos, ayudarse mutuamente a pintar cada peldaño y compartir bebidas y comida cuando las fuerzas mermaban.
Constantemente se escuchaba un murmuro común: "Esto lo hago por el amor que le tengo a Cartaginés, no importa si la gente de los otros equipos se burla, yo estoy orgulloso de colaborar".
Fue tal el sentimiento que los hinchas no pudieron dejar pasar la oportunidad de tomarse esa foto que atesorarán y presumirán ante todos. Con la brocha o el rodillo arriba, mostrando la camiseta blanquiazul, ese fue el retrato típico de la jornada "laboral".
Sin embargo, uno de los hinchas sorprendió a todos al dejar ver el escudo tatuado que tiene en su pecho, del lado del corazón.
Con el pasar de las horas la cantidad de fanáticos aumentó. De lejos parecían una cuadrilla organizada, en la que no había un maestro de obras, pero si un orden definido para avanzar lo más rápido posible, dejar lista la gradería sur y empezar a devorar la oeste.
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Si el cansancio golpeaba otro tomar el lugar, si alguno se despistaba rápidamente recibía el llamado de alerta para proseguir. Incluso, no faltó quien corrigiera si algo no se veía bien porque todo debía estar a la perfección.
La falta de un profesional no se hizo sentir. Quien no sepan cómo se pintó el Fello en el 2016 difícilmente podrá criticar la calidad del trabajo.
Las horas transcurrieron, pero el ímpetu jamás bajó. La pasión pudo más que el cansancio. Estos incondicionales seguirán hoy con su labor para terminar de pintar la que ven como su segunda casa y así tener listo el reducto blanquiazul para el inicio del Torneo de Invierno 2016.
Al final cuando los aficionados caminaban rumbo a la salida orgullosos de lo realizado, no faltó quien dijera: "en aquella parte de la gradería me voy a sentar cuando venga a ver los partidos, porque eso lo pinté yo".
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La fanaticada que se hace llamar la más fiel cumplió de nuevo, renovó su ilusión y ahora espera que con su granito de arena el equipo le responda en la cancha y cumpla ese sueño de cortar con los 75 años de espera por un cetro.