‘Cañón’ González fue un dirigente honesto que asumió Carmelita como un proyecto personal. No llegó al futbol a favorecerse, ni a sacar viajes, ni a “pulsear” dietas, ni a escalar peldaños en la dirigencia por vanidad o ansiedad de poder. No había cartas ocultas ni segundas intenciones; todos conocían su agenda: procurar el bien de su equipo.
Llevó al futbol el modelo de la pequeña empresa. Cuidaba la billetera para no pagar extravagancias, en una industria donde los equipos a veces desequilibran el presupuesto por satisfacer caprichos. Quien llegaba a Carmelita sabía que le iban a cumplir a tiempo; eso es todo un lujo en un campeonato donde los atrasos de salario son cosa habitual.
Con una tremenda relación de costo-beneficio, Cañón mantuvo a los verdolagas a flote; en algunas épocas de bonanza hasta llegaron a la segunda fase del torneo, toda una tierra prometida para un club de expectativas modestas. Lo suyo era mantener de lejos la plaga del descenso, y lo consiguió hasta hace un par de años.
A finales de 2010 anunció que se retiraba. “Estamos buscando a la persona adecuada, tiene que ser un auténtico carmelo, como yo”, dijo en setiembre. Pero no pudo alejarse. Carmelita era su vida y se entregó con pasión hasta donde tuvo fuerzas.
En esta época de franquicias le ofrecieron comprarle el club, pero siempre respondió con un portazo sincero. “Mientras yo sea el presidente no está en venta. Ya vimos lo que pasó en otros casos”, respondió con franqueza en esa entrevista del 2010.
Empezó como juntabolas del equipo cuando era adolescente. Una vez pateó un tiro libre que pasó rugiendo como un cañonazo; a los presentes apenas les dio tiempo de quitar la cabeza y ponerle el apodo. Más adelante llegó a la presidencia del club, en los años 90, a hacer lo que hizo siempre: arrollarse las mangas y trabajar.
Era un labriego sencillo, de estilo directo, pero con una cortesía a prueba de todo. Es fácil hablar bien de un personaje así, al que todos querían. Pero no es el típico lugar común de alabar a quien acaba de fallecer: Cañón era, en sí mismo, un dirigente, una junta directiva y una afición completa.
Ni cuando llegaron los problemas de salud descuidó al equipo. Lo fácil, y hasta aconsejable, hubiera sido liberarse de esas presiones. Eligió seguir dando su consejo, rodeado de personas que le ayudaban a empujar la carreta.
Conseguía patrocinadores, negociaba con jugadores, estiraba el presupuesto y si era necesario alguien controlando en la puerta, ahí estaba. Solo le faltó meterse alguna vez a tirar un penal.
Siempre causó admiración cómo hacía Carmelita para sobrevivir si no contaba con afición y no poseía estadio. Pero tenía a Cañón , y con eso bastaba.