El Torneo de Verano apenas gatea, pero ya las quejas contra los árbitros desplazaron al fútbol como tema de conversación.
El error anida en la naturaleza humana y a nadie debería sorprender, entonces, que un juez incurra en él, pero lo que indigesta a las masas futboleras es la disparidad de criterios para aplicar una misma ley.
La roja a Bryan Sánchez de Pérez Zeledón el domingo pareció la consecuencia lógica de su entrada al "Gavilán" Gómez, pero una acción clonada de un florense a un rival pasó como si nada.
En el "Fello" Meza el juez vio penal en una entrada a Carlos Hernández, mas guardó silencio cuando Brunette Hay cayó víctima de falta en el área brumosa.
Daniel Casas llamó “maricón” y “localista” a un silbatero que a su entender lo perjudicó, aunque enmudeció tres días después en casa cuando otro le perdonó a sus zagueros dos penales sobre el cartaginés Paolo Jiménez.
La naturaleza de su trabajo convierte al réferi en un ser desventurado pues su capacidad se mide con indicadores pasionales que colman a unos y enfurecen a otros.
De esta manera, un acierto en la sanción de un penal por lo general desata la ira del equipo infractor, así como una expulsión merecida se convierte en una afrenta para el responsable y su divisa..
¿Qué mueve, entonces, a un hombre a decidirse por cargar un silbato y recibir un aluvión de insultos por cada decisión que tome dentro de una cancha de fútbol?
No lo entiendo... Ni siquiera eoptar por el gafete de FIFA, que augura prestigio, viajes y jugosos viáticos en época de mundiales y eliminatorias, me suena a razón válida.
Son recompensas generosas, capaces de engordar el bolsillo y abonar el ego, pero a qué precio? ¿Acaso la pasó bien el ecuatoriano Byron Moreno, cuando sacó a Italia del Mundial del 2002 por tres errores ante Corea el Sur?
La visceral prensa italiana lo convirtió en el blanco de la campaña más feroz que recuerde una Copa del Mundo.
Quiero ser ingenuo y pensar que no hay arreglos previos ni componendas para que el silbato suene en una u otra dirección.
El árbitro que hoy es correcto, será un inepto el domingo si sanciona en contra de mis intereses. Por errores arbitrales equipos perdieron finales en nuestro país: Cartaginés, por ejemplo, acostumbra victimizarse al respecto, pero Herediano igual se queja de que en su variado menú de finales perdidas, el juez tuvo una generosa cuota de culpa.
¿Cuál es el árbitro ideal? No existe pues siempre habrá alguien disconforme con sus decisiones, pero técnicos y futbolistas le ayudarían si repararan en la esencia del juego: jugar bien.
La otra receta es imposible: preparar árbitros a la carta, que satisfagan los gustos más variados y llenen las expectativas de todos. Y eso, se sabe, frisa lo irracional.