Uno, dos, tres, cuatro, cinco... Abrir, golpear y sumar. Alajuelense llegó con sed de gol y la aplacó en los mecates de un rival sin jerarquía.
Si la metralla rojinegra cumplió cabalmente su misión, su capacidad de horadar y multiplicar no da pie, sin embargo, para distinguir sobre base cierta el verdadero potencial del conjunto.
Los hombres de Badú crearon las oportunidades necesarias y las concretaron casi todas; por arriba y por abajo, de larga distancia y en las barbas del arquero, con balonazos de misil directo y con dardos de muerte lenta.
Uno, Víctor; dos, Bernald; tres, Froylán; cuatro, Luis Marín; cinco, Froylán repite; seis, Mauricio fusila desde el punto blanco. Makongo, llegada y honrilla. Siete, Froylán reitera; ocho, Gómez a un metro del arco; nueve, Mauricio, cierre y paliza.
El poder se manifiesta en la cancha y se capitaliza en los mecates. Estamos de acuerdo. Pero, a fin de amarrar puntos de referencia y aquilatar virtudes, debe existir un margen de competencia, de golpe y repunte, de avance y respuesta. Si cargan los lanzadores, que surjan los escuderos. Y anoche, Moulien de Guadalupe anduvo lejos, muy lejos de asomar siquiera un nivel aceptable.
Gritos sin patria
Bien, en relación con el choque, queda establecido que el ganador "veraneó" en la cancha.
Una vez comentado el aspecto táctico-estratégico, el cronista busca nuevos ángulos, el perfil de otros rostros que ofrece el futbol. Como el fanatismo ciego, el motor colectivo que tantas veces conduce a la masa a suplantar el canto por el grito artero.
Increíble. El fanático, ese que solo sabe ganar y ganar, ante el error humano de un futbolista parece estar presto a ponerle el ojo e hincarle el diente.
La víctima de anoche fue José Alexis Rojas. Cada vez que el arquero manudo tocó el balón fue abucheado por sus aficionados.
Quedó claro. No le perdonan a Rojas el error que costó una pérdida contra el Municipal. Mas, con cuánta facilidad las muchedumbres de memoria frágil y conducta cruel olvidaron al héroe que, en tantas jornadas, se jugó entero para apagar la pólvora del enemigo.
Primero los alajuelenses, con el respaldo posterior de la Ultra Morada se encargaron de desnudar, en una confrontación internacional, al hermano de la misma sangre.
Malinchismo, se llama esa figura.