Joel vaga sin destino en la Liga Premier por la obstinación de Wenger en marginarlo del reparto estelar del Arsenal.
Son esas contradicciones típicas del francés, que eclipsan su aura de timonel del Primer Mundo. Antes se ensañó con Lukas Podolski y el alemán se diluyó como una figura en el andén de un tren que se aleja. El atacante campeón del mundo se reveló y pidió la baja para volver a conjugar el verbo ser con la camiseta del Inter.
La contradicción de Wenger es absoluta. No alinea a Joel, pero lo retiene porque representael futuro. Campbell no podrá materializarse como el gran futbolista que es si no juega. Todavía no completa los 400 minutos de acción en un torneo cercano a su ecuador.
La joya del fútbol tico es un libro en blanco en Inglaterra, un país al que llegó en busca de la oportunidad definitiva con la gloria aún humeante del Mundial.
Por eso todos presagiábamos pases antológicos y goles para enmarcar, pero en cambio hemos tenido que conformarnos con apariciones fugaces y la crónica de sus suplencias recurrentes.
Campbell es prisionero de las contradicciones de su entrenador. Es un pintor del Renacimiento cuyo maestro se empeña en que aprenda sin acercarse al caballete y con el cuadro en blanco.
¿De qué diablos sirve enlistarse en uno de los mejores equipos del mundo para ver a otros hacer algo que yo hago mejor?
Joel ya quemó la etapa de la espera. El que lo dude puede repasar su hoja en vida en mundiales menores, la Selección, el Lorient, el Betis y el Olympiacos.
Su destino de crack se develará cuando la oportunidad dé paso a la continuidad y la historia se encargue de medir su valía. Hay que tener rodaje para darle de comer a la experiencia y abrirse un hueco en la tribu de figuras de culto. No a la inversa, como se empeña Wenger.
El tiempo todo lo consume y tiene por hábito llevarse lo mejor que tenemos. Y lo mejor de Joel es una zurda mágica sedienta de rivales para gambetear, marcar goles con repercusión planetaria y desgranar festejos que desaten el fervor.
Déjelo ir, Arsene, déjelo volar… Permítale escribir su propio destino. El muchacho se lo merece.