Los tiempos en que el juego bonito era sinónimo de fútbol ofensivo y llave de la victoria, pasaron a mejor vida hace rato. Aquella apuesta por tener la pelota como arma para liquidar al rival dejó de ser una máxima. Hoy es apenas una de tantas variables para conseguir los puntos.
Los puristas del fútbol sufrieron en España 82, cuando una Italia que dejó los pelos en el alambre en la primera fase se subió al podio de la mano del pistolero Rossi, un exconvicto que ejecutó a la perfección la táctica del contragolpe. El poderoso y espectacular Brasil de Sócrates y Zico no pudo con el batallón defensivo que practicaba la guerra de guerrillas, con El Bambino como arma.
Doce años llevaban sin ganar y otros 12 pasaron para que Brasil volviera al título, gracias a una metamorfosis. Aquel equipo del 94 no tenía nada que ver con el arrollador del 82. Llegó a la final con pírricas victorias contra Estados Unidos, Holanda y Suecia. Un 0 a 0 ante Italia se convirtió en venganza vía penales, gracias a que Baggio erró su tiro.
A pesar de contar con Romario y Bebeto, el técnico Parreira le hizo una zancadilla al jogo bonito y enfrentó a Italia, como en todo el Mundial, con armas prestadas del imperio romano. El 0 a 0 fue mezquino con el espectáculo y la tradición brasileira, pero acabó con la sequía para los herederos de Pelé.
Desde entonces, Brasil no volvió a ser el mismo. Y el fútbol tampoco, con la excepción del Barcelona que no solo conquistó al mundo, sino que brindó su ADN a una España que gozó de seis años de esplendor.
La Eurocopa recién pasada nos confirma que el vértigo tiene bajo el zapato al jogo bonito. Casi cualquiera de los equipos, incluyendo al vencedor, pudo usar la camiseta azurri sin ofenderla. Los bloques defensivos, la disciplina al máximo, el control del adversario, la presión escalonada, y el ataque explosivo y vertical, las ramas de la Italia de los 80, son hoy el pan nuestro.
España y Alemania fueron los de más posesión, pero perdieron ante el pragmatismo de Italia y Francia, y esta perdió la final con Portugal, tercero en la ronda inicial, ganador de apenas un partido en tiempo regular y que nunca le hizo un solo guiño al buen juego.
Como en el antiguo Imperio Romano, el viejo catenaccio , con una versión mejorada, domina la geografía de la pelota.