Una infidencia, una boca malhablada y una traición dejaron a Juan Gabriel Guzmán sin empleo.
El volante se convirtió en una víctima de las tecnologías modernas, que ayudan o liquidan según el destino que se asigne a imágenes, audios o videos personales que engordan el morbo social.
Un padre de familia vestido de futbolista y su hija se quedaron sin sustento pues alguien capturó una grabación privada y la colgó en la antena del gran público.
Se equivocó Juan Gabriel al tejer en un lenguaje soez su reacción caliente tras el clásico, en un tono de bravura que lesionó la visión idílica que se manejaba del camerino alajuelense. Que se exprese en esos términos en su círculo social es asunto suyo y está en su legítimo derecho. Pero que alguien capture lo que dice y lo ponga a circular, es una traición.
En estos tiempos de revolución tecnológica hay que manejarse con prudencia, pues se corre el riesgo de terminar en el ojo público por un comentario, una reacción o un paso dado en cualquier dirección. La Liga fue implacable. Esta vez no hubo psicólogo ni terapia para ayudar al empleado que ventiló supuestos secretos de camerino.
Con la suerte echada, Guzmán puso la reversa. El verbo barriobajero dio paso a la disculpa, los compañeros señalados fueron redimidos y el técnico aclaró que “el vinito” se lo tomó una vez, para despedir a Cristian Oviedo. En un principio, Juan Gabriel emergió como la voz cáustica que arrojó luz para entender el porqué de la paternidad morada sobre Alajuelense desde que Jeaustin tomó el mando.
Pero cuando la mano de la dirigencia vino pesada, lo suyo se convirtió en un paso en falso magnificado por la repercusión mediática sin más resultado que su absurdo sacrificio personal. Terminó crucificado pero sin llegar a redentor, pues el alcance de sus palabras no tuvo efecto dominó y solo lo perjudicó a él, al perder su empleo sin responsabilidad patronal por dañar la imagen de su patrono. En medio de esto, el león se relame las heridas. Ya van dos títulos al hilo perdidos ante el archirrival, Jeaustin lo desestabiliza con solo calentar el verbo en la previa de un clásico y las estadísticas recientes de hegemonía se mudaron a Tibás.