De súbito, ¡oscuridad! Camacho quedó tendido en el césped. No obstante, el balón seguía en juego hasta que, sin atender al guardavalla que se retorcía de dolor, imprudentemente, como quien se quita una brasa, el árbitro dio el pitazo final. De inmediato, la explosión del júbilo en la olla mágica del Lito Pérez provocó una invasión masiva a la cancha.
Desconcertados, al percatarse de la gravedad de la lesión de Camacho, algunos jugadores de los dos equipos procuraron aislarlo de la marea naranja que cantaba y saltaba exultante sobre la gramilla. Tensión. Expectativa. Minutos más tarde, el obligado rewind de la televisión retrató, fotograma tras fotograma, el aciago accidente. No hacía falta esperar el dictamen médico. Fractura de tibia y peroné. Los aficionados locales saltaban y coreaban vivas a su equipo. Entre tanto, la orfandad de un atleta caído, era un retrato del drama.
Hay que decirlo. No medió alevosía en la entrada del chuchequero. Simplemente, sobrevino lo peor. También es oportuno destacar que ambos futbolistas bregaban ardorosa y lealmente, pese a que la victoria local era tan inminente, como inevitable el traspié norteño. Si Martínez no renunció a ese pase largo, el guardameta Camacho tampoco se arrugó. Y más bien se rifó el físico para impedir una nueva anotación en su valla.
Paradojas del fútbol. Mientras los habitantes del Puerto daban rienda suelta al festejo, por la obtención del torneo de Apertura en la Segunda, a pocos kilómetros del luminoso Paseo de los Turistas, el arquero sancarleño era atendido en el hospital Monseñor Sanabria.
“Esta lesión no me alejará de mis sueños”, aseguró Camacho, días después, al salir del quirófano en el hospital México, donde fue intervenido exitosamente. “Estoy seguro de que volveré a jugar”, agregó, lleno de fe, el muchacho humilde de La Tigra de San Carlos.
Que así sea, ángel volador.