Con el tiempo, las cosas empezaron a mejorar. Aunque nunca se quejó de sus extenuantes jornadas en las fincas bananeras de Siquirres, llegó el día en que se sorprendió por la rareza de que le pagaran por divertirse en una cancha. Y aunque ganaba poco, de pronto, el dinerito del fútbol alcanzó para cubrir las necesidades de su austera cotidianidad y por ahí, en alguna ocasión especial, darse el lujo de saborear una porción de pollo frito, del que venden en esos estantes de vidrio con bombillo.
De jornalero a futbolista profesional, Christian Lagos Navarro es una de esas figuras que brillan de vez en cuando. Es un ser llano y auténtico. Con su personalidad, honra a los humildes; con su fuerza innata, espíritu de lucha y visión de gol, destaca en el fútbol profesional, tanto que ya ha defendido las divisas de Turrialba, Brujas, Santos, Saprissa, Alajuelense, Herediano y la Selección Nacional, ¡casi nada!
Al incorporarse al Xelajú de Guatemala, Lagos se convirtió en un nuevo legionario tico, luego de su primera aventura internacional en la India, la que se vio obligado a cortar por diversos motivos. Casualmente, en los últimos días de diciembre escuché sus vivencias en la repetición de una extensa entrevista radiofónica que le hicieron los periodistas Rafael Murillo y Gustavo Aguilar en el programa Oro y Grana, por Monumental.
Sencillo, pero claro de pensamiento, con palabras directas, sin floripondios, Christian describió en la entrevista facetas de su infancia, cómo se vinculó al fútbol de alto rendimiento, el sistemático insulto —anónimo y colectivo— que solía escupir un sector de la gradería rojinegra, así como las enseñanzas que ha podido extraer de sus entrenadores en distintas épocas: Mario Carrera, Óscar Ramírez, Rónald González, Mauricio Wright, Odir Jacques y César Eduardo Méndez, a quien Christian considera uno de sus mejores amigos.
Por definición, los títulos nobiliarios son de sangre azul. También hay linajes que otorga el surco. La estirpe campesina y el afán indeclinable de un muchacho que juega fútbol y aspira a forjar así el futuro de su familia, retratan de cuerpo entero a Christian Lagos, una buena persona, un gran deportista, un príncipe del fervor.