Nada más ilógico que se detenga un encuentro porque a un jugador lo estén insultando desde la grada. Creo que solo los gritos racistas ameritan tal medida. De lo contrario, habría que parar todos los encuentros, en este país y en el planeta fútbol entero.
Con eso no estoy justificando ni avalo el comportamiento de los aficionados que descargan sus iras, frustraciones y complejos contra un jugador, a veces incluso de su equipo. Pero ya sabemos que el fútbol es confrontación y que como tal, enerva pasiones y minimiza el raciocinio de muchos.
Esta sería la historia de un partido si se aplicara a rajatabla esa disposición. En primer lugar, el árbitro ordenaría al anunciante que se detenga, porque cada vez que da el nombre de un jugador visitante, un “peeerrra” larguísimo late desde las gradas. Cuando ya nadie aúlle y se pueda iniciar el cotejo, no habrán pasado ni dos minutos cuando el silbatero, pitando en favor de su madre, detendría el partido. ¿O es que acaso su mamá no merece el mismo respeto que cualquiera de los actores?
Y apenas reanudado el juego, otro pitazo llamando al receso. El portero visitante salió mal y aunque no fue gol, se ganó un coro a galillo pelado: “Que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, ese no es un portero es una pu... de cabaret”. Uy uy uy. “Los delegados de Unafut y el árbitro advierten que si siguen los insultos el partido se detiene”.
Después de tres horas termina el primer tiempo. También se paralizó porque a unos les gritaron “princesos”, y a otros “gatas”, lo cual fue considerado no solo como un insulto, sino también una afrenta contra las mujeres. Hasta llegó Gloria Valerín a protestar para que no se feminice el lenguaje futbolero en un terreno de hombres.
Para el segundo tiempo, el árbitro pide la expulsión de las barras organizadas en el graderío. Ya no quiere oír más del ramillete bucal que baja de las entrañas del monstruo de mil cabezas: desde “maricón” hasta “malnacido”, pero en versión pachuco. Desde “muerto de hambre” hasta “gordo boquero”. Una cloaca con parlantes.
La mejor forma de evitarlo es desarticulando las barras bravas, que son las que inician los cánticos de mal aliento y envalentonan a otros sectores. Pero como los dirigentes de club más bien las consienten, entonces que se dejen de hipocresías y no jueguen al diablo repartiendo escapularios.