Recientemente se sentaron a tomar café –porque a ellos no los dejan ingerir licor– un viejo dragón morado, un tigre más joven y un león también entrado en años, pero con aires juveniles, gracias a la cirugía plástica y a unos cuantos truquitos de belleza a los que fue sometido hace poco.
Precisamente, y porque les gusta el chisme, fue ese el motivo de la reunión. Intrigados, el dragón morado y el tigre de coloridas rayas, querían “vinear” cómo se veía el melenudo león, y si era cierto que se había salido del closet.
Intuitivo, el león se dio cuenta –rápidamente– de las intenciones de sus interlocutores.
–Se los come la cochina envidia –dijo, furioso–. “Vos porque sos adoptado. Tu papá era un oso y dicen que no te trajo la cigüeña, sino un huracán”, encaró al tigre. “Y vos porque tenés cara de lagartija” –espetó contra el dragón–. “Y cuando te quisieron modernizar, con aspecto de rocanrolero fortachón, quedaste tan feo, que hasta tu abuela se burló”.
Con semejante golpe bajo, cualquier bestia se habría puesto a llorar. Pero no éstas. Acostumbradas a recibir silbidos, madreadas y a meterse en grandes zoológicos para entretener a esos salvajes humanos, furibundos, apasionados, mal educados, perseguidores de pokemones y cuanto juego de pelota se les ponga por delante.
–Ja ja, sos un perdedor –le contestó el dragón–. “ Y a mí no me engañas. Hasta hace poco tenías las piernillas flacas, cara de “aguevado” y ni bigote te había nacido. Eso quiere decir que lo tuyo es falso, a pura jeringa, te pusieron botox, cejas y hasta sonrisa falsa. ¿No te da vergüenza, boquita roja?”.
–Sias boli –lo remató el tigre–. “Ahora hasta hablas con zeta. Te crees español. Antes eras sopetas. ¿Qué, te llevaron a terapia del lenguaje? Hasta las rayas son falsas. ¿ Adonde se ha visto un león rojo y negro?.
Rugió el rey de la selva. “Mira tigrillo de quinta… Sos un hijo de papi. Tenés mucha plata, pero nadie sabe cómo se la gana tu papá. Ya te voy a ver enjaulado”. “Y vos, lagartijita, preocúpate porque tu amo le dé cuentas a los socios que mantienen tu zoológico”.
“Yo soy el papá de los dos, o ya se les olvidó las tundas que les he dado” –dijo el dragón, morado del enojo–.
–Pero el último reinado lo gané yo –contestó el tigre mostrando su corona dorada–. “Pero si de guapos se trata, les gano por goleada” –rugió el león con un tono medio “metrosexualoso”–.
Se aruñaron, mostraron sus dentaduras filosas, echaron unos pulsitos y ya, aburridos de tanta cafeína, se pidieron unas “chelas”. Terminaron hechos una melcocha, pidiendo que se derogue la veda del licor en la selva, que los empadronen en la Caja, porque ni seguro tienen, que nos los obliguen a vivir enfrentados y que, más bien, los dejen ser los nuevos “súper amigos”, abanderados de la inclusión en la multicolor fauna de la jungla nacional. ¡Qué tanda!