Siempre controlando sus emociones, atento día a día a comportarse “como se debe”, seguir al pie de la letra el libreto de lo “correcto”, no apartarse ni un milímetro de las reglas de convivencia social, actuar, hablar, reaccionar como todos o muchos esperan que lo haga.
Lo anterior incluye no decir siempre lo que piensa, abstenerse de cuestionar, evitar incomodar a los demás con sus dudas, procurar no escandalizar, enojar o resentir con sus ideas, ponerle un bozal a las opiniones, visiones, perspectivas personales, guardar silencio la mayoría de las veces en pro de la paz y la armonía.
Si de tomar decisiones se trata, que estas agraden a los padres, abuelos, tíos, maestras, sacerdotes, pastores, amigos, vecinos; es decir, que satisfagan las expectativas de todos.
No le cuesta trabajo vivir así pues desde niño lo enseñaron (mejor dicho, entrenaron, domesticaron) a “hacer caso”, portarse bien en la mesa, obedecer a los adultos ciegamente, agradar a las visitas, complacer a los parientes, no hacer desorden en la escuela, guardar silencio de escultura en la iglesia, no correr en los pasillos del hospital, no hacerle muecas a los policías, “tener fundamento” como decían sus abuelos.
Por eso creció reprimiendo berrinches, gritos, llantos, quejas, acusaciones, enojos, cóleras, verdades, deseos, apetitos, caprichos, antojos, impaciencias, dolores, sueños, anhelos y todo aquello que calló porque “no hay que molestar”, “hay que ser un niño ejemplar”, “cuidado con preocupar a los mayores”, “que nunca nadie se queje de usted”, “hay que caerle bien a todo el mundo”…
Nunca supo lo que era saltar sobre los charcos, pararse debajo de una canoa rota en pleno aguacero, capturar lagartijas, regresar a casa con el uniforme sucio por “culpa” de una mejenga en el recreo grande, sacar monedas de la fuente del parque, chorrearse la camisa con helado, tocar puertas y salir en carrera, rasparse las rodillas subiendo un árbol, meterse a un cafetal a “robar” guayabas.
Pero llega al estadio y todo cambia. Se libera de la camisa de fuerza, de la formación de robot programado y el peso de criatura prefabricada, y entonces grita, canta, salta, silba, aplaude, celebra, abraza, llora, ríe a carcajadas, baila, bromea… ¡se comporta como una verdadero ser humano! Lástima que suceda solo los domingos…