Ocurre con cierta frecuencia que la O se cansa de ser letra; sí, se agota de ser la cuarta vocal, la inquilina del apartamento 16 en el condominio del alfabeto.
Lo que en realidad la fatiga es el peso de ser la inicial de palabras con las que no se siente a gusto. Por ejemplo, odio; se siente culpable no solo de ser la cabeza de este vocablo que tantos problemas le ha producido a la humanidad, sino también la cola.
También la aburre formar parte del término obsesión. Le disgusta la gente que se aferra a una idea, hábito o preocupación y por lo tanto se obnubila, ofusca y obceca con ese determinado asunto. Esos que solo de eso hablan, solo de eso escriben, solo en eso piensan; sí, los monotemáticos.
¡Ni qué decir de ojiva! No soporta cargar sobre sus hombros la expresión de un artefacto que causa muerte y destrucción por estar cargada de explosivos. Es en esos momentos, cuando alguien anota o pronuncia esa palabra, que quiere desaparecer del abecedario o al menos transformarse en ge, ele, pe o zeta.
Lo mismo le pasa con el término oportunista o con oportunismo. No comulga con la práctica de poner los principios y valores por encima de las oportunidades. La hache, a pesar de ser muda, le ha recomendado ser un poco flexible en lugar de mostrar tal nivel de intransigencia.
El vocablo orfandad no le produce este tipo de reacciones, aunque sí le genera tristeza y desaliento. Algo parecido le sucede con ortografía, sobre todo cuando observa cómo se asesina al idioma en las redes sociales.
Igual de repelente le resulta la palabra orgullo, específicamente cuando significa creerse superior a los demás.
Cuando la O se mira en el espejo y se ve reflejada en estos y otros vocablos, renuncia a su condición de letra, se infla y empieza a recorrer el campo de juego de las páginas haciendo jugadas de pared con la eme, dejándose golpear de taquito por la ese, haciéndole la bicicleta a la ye.
Se deleita también dejándose cabecear por las tildes, haciéndole el sombrerito a las eñes, permitiéndole a la jota mayúscula patearla en el cobro de un tiro de esquina, pasando por entre la horqueta de la equis, girando producto del efecto que le puso la efe y traspasando la línea de sentencia para anotar un gol y trocar su cansancio por la alegría que depara el fútbol (palabra de la que sí le gusta formar parte).