Lo vi hace algunas noches y lo reconocí de inmediato. No había duda, era él: aquel goleador que a finales de la década de los 70, toda la de los 80 y principios de los 90 imprimió parte de su huella en la red del marco de mi equipo. Aún así, no me quedé con las ganas de preguntarle: “Hola. ¿Verdad que usted es... (me reservo el nombre del jugador pues en ningún momento le advertí sobre mi intención de publicar detalles del breve encuentro)?” “Sí, yo soy”, respondió así de escueto, así de cortante.
A pesar de percibirlo a la defensiva, volví a la ofensiva: “Qué buen delantero era usted. Recuerdo el susto que me daba cada vez que lo veía ingresar en el área con el balón dominado; desde la gradería o a través de la pantalla del televisor le imploraba a los defensas que lo detuvieran porque sus jugadas olían a gol”. No dijo nada. Trancó el marco de sus labios. Aproveché su silencio para evocar los dos goles de cabeza que nos anotó una noche en cuestión de pocos minutos; dos tiros de esquina: 2-0 en el marcador. Yo me encontraba detrás del marco en ese partido, por lo que sentí el filo de ambas dagas.
“Tenía años de no saber de usted. Si no me falla la memoria, jugó con los equipos A, B y C. ¿Cierto?”, rematé a portería sediento del gol de la palabra. Me miró y me pareció leer en sus ojos la súplica de que no le hablara más de su pasado futbolístico. Después de unos segundos y de que posiblemente él hubiera leído en mi mirada que estaba dispuesto a insistir, contestó: “También jugué con D, E, F, G, H y con I (la Selección). Estuve cerca de que me contratara J, pero aunque hice una prueba con ellos nunca me hicieron una propuesta; ni siquiera me llamaron”. Aroma inconfundible: sal en la herida.
Yo andaba con vocación de necio: “¿Y a cuál equipo sigue en la actualidad?” Con tono de esta conversación empieza a cansarme: “A ninguno. No me gusta ninguno. No voy al estadio, no los oigo por radio ni los veo por la tele. No me interesa”. “¿Pero sí vio los partidos de la Sele en el Mundial de Brasil?” “No y no entiendo porqué la gente se pone como loca por algo que no es nada del otro mundo. Disculpe, pero no quiero hablar más de esto”.
No me quedó más que pitar el final de aquel intento de diálogo con el hombre que dejó de amar el fútbol.