A mi colega periodista, Luis Fernando Mata Araya, lo conozco desde febrero de 1987 y a lo largo de estos 28 años nunca, mejor dicho, NUNCA, lo he escuchado hablar de fútbol. Lo he oído conversar animadamente sobre música, familia y Dios, pero ni tan siquiera una palabra dedicada al balompié.
Desconozco si es aficionado a algún equipo de nuestro país, si sigue las transmisiones de los torneos internacionales y si se come las uñas cuando juega la Sele .
Por eso me sorprendió lo que hizo el pasado sábado 28 de noviembre a las 10:06 p. m.: compartió en Facebook un video de dos minutos y 24 segundos sobre la carrera deportiva de Edson Arantes do Nascimiento, Pelé, el astro brasileño que alegró y deslumbró al mundo con el fútbol que practicó entre 1956 —cuando debutó con el Santos de Brasil— y 1977 —año en que se retiró con el Cosmos de Nueva York—.
Más que un futbolista, Pelé, nacido el 23 de octubre de 1940 y tres veces campeón del mundo (1958, 1962 y 1970), era un teólogo del balompié, pues con su prédica a ras del zacate nos hizo tocar el cielo y nos enseñó que el dios del fútbol tiene la piel color noche.
Aunque Matica subió este documento audiovisual el sábado, no fue sino hasta el domingo por la mañana cuando lo vi; mejor dicho, lo disfruté, lo saboreé segundo a segundo, jugada a jugada.
En esta producción, a ratos a color y a ratos en blanco y negro, la revista Fútbol Total de México nos muestra al astro corriendo, driblando, levantando la mano para que le pasen la bola, haciendo taquitos, túneles, quiebres de cintura, abriéndose campo entre la marca de tres jugadores, corriendo con balón dominado y con la cabeza en alto, y pasando la redonda con elegancia. Además se le ve rematando a marco, anotando goles con la cabeza y con los pies, cubriendo el esférico, haciéndole el sombrerito a los rivales, centrando con precisión, dejando defensas acostados, recibiendo faltas, celebrando, llorando de alegría, transportado en hombros, abrazando a sus compañeros, saludando a los aficionados.
Cierto, la inimitable huella de Pelé no cabe en dos minutos y 24 segundos, pero ese tiempo fue suficiente para volver a emocionarme con la magia de uno de los futbolistas más grandes del planeta.
Gracias, Matica.