No, no, no: el caso de Sequeira no es análogo al de Chope. Este carecía de experiencia, pero había cumplido con su trabajo académico como técnico, tenía la formación que dan las aulas —la mitad de lo que constituye el arsenal intelectual de un técnico: la otra la da la vida—. Chope tenía su currículo, su estudio, su licencia tipo A. Sequeira no tiene ni la experiencia ni los estudios. Literalmente, fue declarado técnico por decreto: llegó a Saprissa a aprender, no a enseñar.
Su vehemencia, fonomímica, ademanes desmesurados, gesticulación de predicador en éxtasis de arrobamiento no van a suplir sus carencias. A lo sumo lo tornarán simpático para el público. El efecto que me hace es el de esos directores de orquesta que compensan su falta de maestría con gestos extravagantes, braceando furiosamente, agitando la melena como posesos. Así se impresiona a los tontos.
Menotti era capaz de dirigir un partido sin casi mover un músculo. El histrionismo barato de los ademanes sirve únicamente con cierto tipo de aficionado: el menos sofisticado, el fácilmente mistificable, el que ve en el técnico una especie de actor encargado de ir reproduciendo con su rostro y su cuerpo todo cuanto sucede en el partido: una suerte de narrador mudo, de mimo, de texto gestual paralelo al que se desarrolla sobre el terreno de juego. Como los actores del cine mudo, que, desprovistos de sonido, sobreactuaban al punto de lo ridículo.
Como jugador, Sequeira es uno los bastiones que Saprissa ha producido en los últimos 25 años. Siempre me inspiró admiración y respeto. Mutatis mutandis , me recordaba a Sergio Ramos: el central fornido, amurallado, que subía a organizar el medio campo cuando procedía, un líder que estructuraba al equipo desde atrás (¿quién tiene mejor visión panorámica de un partido que el defensa central?).
Pero no es técnico, y Saprissa no es un taller para técnicos. Con su nombramiento Rojas lo charralea a él y charralea su función. Una ocurrencia, un despropósito. Que organice un concurso de karaoke, y le dé la dirección técnica a quien mejor cante. ¿Por qué no? Estamos en la Isla de la Fantasía: todo puede pasar. ¡Viva la saprilocura! ¡Somos el país más feliz del mundo! Solo nos falta Tattoo anunciando: “¡El avión, el avión!”.