Estadios semivacíos y grises el domingo anterior. Los duelos del futbol perdieron su batalla contra el duelo de las almas, arrugadas por el azote de la naturaleza, por esa zancadilla innoble de una tragedia que nos puso en fuera de juego a todos.
Una semana oscura que empezó con la muerte de Gabriel Badilla y que nos sacudió con esos vientos y lluvias feroces, que se llevaron un poco de la vida de cada uno, porque los muertos los lloramos todos. Ante tal panorama, el viernes negro fue solo una broma de mal gusto y el futbol, un evento atravesado e incómodo en esa jornada de luto que nos unió en largas horas de suspenso.
Una tragedia de estas nos aterriza, al punto no solo de hermanarnos en el dolor, sino también de darle la debida importancia a cada cosa. El futbol, ese que enfrenta a las huestes, pone de mal humor a los más fanáticos, da alegrías desbordantes, nos vuelve de cabeza, resulta ser apenas un pasatiempo. Y, como tal, los triunfos y las derrotas en los estadios están muy lejos de lo realmente vital: una casa cálida, un día soleado, una noche con abrigo, una mesa con pan y los amigos y familiares sanos.
En tal situación, nos sonroja la maldición lanzada el día que llegamos a la mejenga de amigos y la lluvia nos dejó vestidos y alborotados. Nos pareció un conjuro de la mala suerte, como si el pequeño aguacero fuese un huracán que nos arrancó la razón de ser. Da pena la queja hepática por aquel frío vivido en las gradas del estadio, mientras una pequeña llovizna descendía y jugueteaba sobre la cancha.
La nevada bajo la cual jugó la Selección en Denver, el 22 de marzo del 2013, dicen que fue la "culpable" de ese épico arrebato futbolístico que nos clasificó al Mundial de Brasil y nos llevó hasta cuartos de final. Si aquella lluvia blanca sirvió para despertar el sentimiento nacionalista y la solidaridad del pueblo con su equipo consentido, el huracán Otto tiene que movernos las fibras más íntimas de cada uno, y arrojar un aguacero interminable de fraternidad con quienes tenían poco y perdieron mucho.
Y si tres años después no olvidamos aquel episodio de la nieve gringa, ojalá la tragedia del huracán no sea de corta memoria y, mucho menos los actos de hermandad con los damnificados. Espero que esa solidaridad no sea el disfraz para que los morbosos hagan de la zona del desastre su escenario para los selfies del recuerdo. Y ojalá que ningún otro deportista, aun motivado por las ganas de ayudar, se sienta por encima de la ley y el orden y proclame su irrespeto a la investidura del Presidente. ¡Con el huracán ya fue suficiente y no hacen falta aires de grandeza!.
Por si fuera poco, el fuego arrasó con ira casas y vidas en Cuatro Reinas y, cuando pensábamos que podríamos al menos sentarnos a ver un partido sin tanto remordimiento, casi todo el equipo de Chapecoense, conocido como "El Huracán del Oeste" – otra mueca del destino-, se despeñó en las montañas colombianas. El cielo y el futbol se juntaron a llorar.