Han pasado 37 años desde aquella mejenga de domingo por la tarde, pero aún puedo recrear la imagen del balón de cuero empapado y lleno de barro que un jugador disparó contra el marco que yo defendía.
En honor a la verdad, el término “defendía” resulta muy pretensioso para la tarea que realizaba alguien que con costo apañaba guayabas, pero bueno, esa vez me correspondió pararme entre los dos verticales y bajo el larguero.
No fue una labor sencilla, no solo por mi evidente falta de pericia como guardameta, sino porque el juego tuvo lugar bajo un torrencial aguacero de octubre de 1978. ¿En dónde? En la plaza ubicada frente a la escuela Franklin D. Roossevelt, en San Pedro de Montes de Oca.
Quienes como yo pertenecen al jurásico de las mejengas saben lo complicado que era jugar con una bola de cuero empapada por la lluvia: algo así como una bala de cañón que dejaba aturdido y con jaqueca a quien osaba rematar con la cabeza, o sin aire al defensa que intentaba detener con el abdomen un tiro a marco.
Además de pesada, la redonda se ponía resbalosa como un pez de río. Había que ser un mejenguero 4x4 para jugar con un balón de cuero harto de “beber” lluvia.
Yo experimenté en carne propia, esa tarde de domingo, una de las consecuencias de jugar con una bola así. Me encontraba en la portería sur cuando mi amigo Jaime Castro Valverde –quien jugaba con el equipo contrario– recibió la pelota de espaldas al marco, hizo un amago que le permitió desmarcarse y remató de zurda, con fuerza.
Sí, han pasado 37 años, pero todavía puedo ver en vivo y a todo color aquella bola embarrialada disparada justo hacia el punto donde me encontraba de pie. Confieso que más por instinto de conservación que por reflejos felinos estiré mi brazo derecho y logré desviar el balón al tiro de esquina. Todos corrieron hacia mí, no para felicitarme o alzarme en hombros, sino para auxiliarme pues el impacto de la pelota mojada me fracturó la muñeca.
¿Hace falta una razón para contar esta historia o basta con decir que se trata de uno de esos episodios futbolísticos que saltan a la cancha de las remembranzas cuando uno menos lo espera? La memoria de quienes amamos este deporte es un balón de cuero empapado con la lluvia de las nostalgias.