Justificar que los aficionados se metan a la cancha y agredan a los rivales porque el árbitro fue muy malo y se equivocó, o porque se valieron de esos errores para ganar, sería darle carta blanca a los vándalos del fútbol.
Para un árbitro no hay partido perfecto, al menos a los ojos del fanático. Es cierto que Herediano fue perjudicado en su serie semifinal ante Saprissa, pero igual la historia guarda pitazos a su favor en finales contra Cartaginés.
El fútbol tico, como cualquier otro, es una colección de gazapos y horrores de sus jueces, que se archivan y perduran en la memoria cuando se trata de partidos definitivos. Los demás suelen ser anécdotas olvidables.
Que si Foster no regalaba el gol, que si en el tiro libre de Angulo no había falta, que si a Imperiale lo expulsaban en el primer juego ante la Liga. Esos “que si” pudieron haber cambiado el desenlace del torneo, pero igual hubiesen desvestido de monarca a Herediano, la Liga o Saprissa cuando alzaron el cetro en el pasado, gracias a un yerro arbitral.
Esos “que si” no existirían hoy si Herediano aprovecha las oportunidades de gol que tuvo en su cancha, o si McDonald convierte las opciones en los dos juegos finales, antes de estallar en cólera y reventar el zapato, o si Ariel Soto no comete la falta tonta con que se fue a bañar en el primer tiempo.
Si Herediano o Alajuelense hacen esos goles, las quejas hoy serían moradas. Que si tirar un zapato no es expulsión, que si Pemberton debió seguir en la cancha, que si a Christian Bolaños lo expulsaron por un codazo que no fue. Y así una larga lista dejada a los pies de los Reyes Magos.
Quienes gustan del fútbol tienen que aprender a vivir con el error arbitral, al igual que aguantan a su estrella pegándole un cabezazo al rival, mordiéndole la oreja, tirándole el zapato, fallando una y otra vez frente al marco o errando el penal decisivo del campeonato. Si los de su divisa no se equivocaron a propósito, los jueces tampoco. Es eso o morirse con el hígado hecho una desgracia.
Lo que no se puede permitir es que, con la cabeza fría, la dirigencia herediana apele una sanción a su cancha que no solo es merecida, sino un freno para que su afición abandone el matonismo con que suele actuar en algunos juegos.
Eso es una invitación para que la violencia se quede a vivir en el Rosabal Cordero.