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Ya he hablado en dos ocasiones de este hombre –¿ángel, titán, demonio?–, que a los 105 años de edad sigue rompiendo récords ciclísticos en la categoría de “centenarios”, especialmente creada para él. Y vuelvo hoy a referirme a este proteico, inimaginable personaje, porque creo que Costa Rica no ha dimensionado aun la clase de ejemplo que representa.
Robert Marchand rompió su propio récord el 4 de enero pasado, en el velódromo de Saint-Quentin: 23 kilómetros en una hora de pedaleo, solo, “sin prisa y sin pausa como los astros del cielo” (Goethe), devorando pista y cronómetro desde la himaláyica cima de sus 105 años de edad. Sus primeros recuerdos de infancia son amargos: los picudos, ominosos cascos del ejército prusiano invadiendo su amada ciudad natal: Amiens, en 1914, al despuntar la Primera Guerra Mundial.
Fue leñador, hortelano, criador de pollos, plantador de caña, comerciante de vinos, boxeador, profesor de gimnasia, bombero, operador de maquinaria, vendedor de zapatos, activista social y ciclista profesional. ¿Cómo puede alguien hacer tantas cosas en la vida? Se puede, sí, cuando a los 105 años se conservan las capacidades fisiológicas e intelectuales de un hombre de 45.
Marchand no se detiene siquiera a considerar su retiro. No puede: como los aviones, se mantiene vivo gracias a su velocidad, a su ímpetu vital, a su dinámica de lanzadera, de flecha proyectada por un arquero misterioso: solo sabemos que la saeta va rauda del pasado hacia el futuro, que no se detiene en el presente, y que seguirá hasta consumir su ciclo vital. El arquero es el tiempo, y las flechas somos todos nosotros… ¡pero hay flechas de flechas, y luego está Marchand, que surcó la totalidad del siglo XX y no parece dispuesto a perderse nada del XXI!
No es un viejecito, un matusalén más o menos destartalado: ¡es un inmenso atleta, un hombre que cabalga a lomos del tiempo, devorando años, lustros, décadas sin que su ogresco apetito de vida se vea saciado! No morirá: se consumirá en la luz de su propia dación, tal el cirio o el fuego de la hoguera. Marchand es el gozo de la vida, el gozo de ser, el gozo de dar, el gozo de recibir, el gozo de saberse bendecido por ese milagro inexpresable y multiforme que es el vivir.