Del 1-16 de agosto de 1936, Hitler y su pandilla de asesinos tocaron el deporte con las manos sucias.
Mancharon una actividad que nació para fomentar el sano espíritu de la competencia, inculcar el esfuerzo y la disciplina, fomentar la unidad de los seres humanos y ganar el favor de los dioses del Olimpo.
Así lo hizo el líder del Tercer Reich con la complicidad de Hermann Göring y Joseph Goebbels, entre otros miembros del Partido Nazi, durante la celebración de los XI Juegos Olímpicos de la época moderna que reunió a 3.963 deportistas de 49 países.
Mientras esas justas enardecían a las multitudes en el Estadio Olímpico de Berlín, a pocos kilómetros de la capital se empezaban a abrir campos de concentración en donde millones de judíos, gitanos y opositores al nacionalsocialismo sería víctimas de unas de las páginas más tristes de la historia.
Sí, el deporte como máscara para camuflar el cruel rostro de la brutalidad. Una jugada estratégica en el ajedrez de la propaganda nazi en aquellos años en los que ya se respiraba el tufo de la II Guerra Mundial.
Así lo recuerda la memoria, pero también lo retrata la novela literaria Berlín, 1936. Dieciséis días de agosto , escrita por el historiador alemán Oliver Hilmes, quien ha publicado además las biografías de Alma Mahler, Cosima Wagner, Franz Liszt y Luis II de Baviera.
Este libro, publicado por TusQuets Editores en febrero pasado, da cuenta de la millonaria inversión que realizó el Tercer Reich para darle una enorme divulgación a unas justas que nunca antes habían gozado de los medios técnicos más avanzados y los mejores equipos de filmación y de retransmisión.
Todo eso y más a pesar del odio que Hitler sentía por las autoridades del Comité Olímpico Internacional, a quienes se refería como directores de “un circo de pulgas”.
Mientras leo esta novela recuerdo el Mundial de Fútbol Argentina 1978, cuando la selección de ese país campeonizó gracias a que el dictador Jorge Rafael Videla también tocó el deporte con las manos sucias para ocultar las torturas y asesinatos de sus opositores. Mientras miles de gargantas coreaban los goles, muchos jóvenes gritaban de dolor.
No se vale dañar así al deporte; menos, al ser humano.