No hubo fútbol. No hubo voluntad ni ambición. No hubo garra ni deseo. No hubo determinación. No hubo moral. No hubo cohesión. No hubo arrestos individuales ni propuestas colectivas. No hubo portero. No hubo juego por las bandas. No hubo vértigo. No hubo delanteros acuciosos. No hubo medios capaces de verticalizar el juego y hacerlo más incisivo, transformar el inocuo pasabola lateral en un estilete presto a hincarse en la carne del rival. No hubo velocidad. No hubo coraje. No hubo nada de nada, sobre nada de nada, en torno a nada de nada.
Un primer tiempo pasable –pese a los goles en contra- y un segundo tiempo que se cuenta entre los trámites más aburridos de que guardo memoria. México pudo haber anotado otro gol si Jiménez no hubiese errado la oportunidad a marco desguarnecido que le ofreció Navas, driblado a cientos de metros de su portería. Y también Moreno debió haber sido expulsado cuando comete su segunda falta en el primer tiempo, y a fortiori con su tercera gresca, en el segundo tiempo.
Un equipo puede jugar mal, pero no jugar resignadamente, abúlicamente, entregado a su suerte y dándose por satisfecho con un marcador adverso de 2-0. Eso no tiene ya que ver con el fútbol, sino con la débil fibra ética del jugador. Con su falta de auto-respeto, de dignidad, de sentido del honor. Durante la segunda parte del partido, Costa Rica asumió una actitud entreguista, conformista. No cayó vendiendo cara su derrota: se dejó violar pasivamente.
En el segundo gol, Navas no cubrió la base del poste que corrió a resguardar. Bien haría en revisar este rubro de su técnica: es deficiente y le ha ocasionado ya varios reveses. Nuestra defensa también perdió la marca en el salto épico de Araujo, como se dejó “robar la espalda” ante el magnífico pase que habilita a Chicharito, y que el frijol definió egregiamente ante una salida de Navas que sintetizó el espíritu de nuestro juego: falta de decisión, de convicción, de determinación.
No es lícito afirmar que el segundo gol desmoralizó al equipo: todo cuadro debe tener las enzimas psíquicas para digerir estos gazapos y seguir adelante. Señor Ramírez: cromitos, jackses o canicas, poco importa: procure que para el próximo compromiso el equipo siquiera juegue a “algo”.