La forma en que perdimos contra México, un penal regalado, no puede ser excusa para tapar lo malo que hizo la Selección en la Copa Oro. Ni tampoco creo que sea el detonante, como una nueva nevada, para encender los motores de la Tricolor.
Perdimos por una injusticia arbitral. Pero nos ganaron justamente. México fue más a lo largo de los 122 minutos y si no es por las manos de Alvarado, el poste y los yerros de la ofensiva verde, no habría hecho falta ese penal mafioso con que nos mandaron a la casa.
Aún más. Nos tocó México, con todo lo tenebroso que eso implica en cuanto a la mano negra organizativa, porque no fuimos capaces de ganar un grupo sencillo. De lo contrario, al menos habríamos llegado a la semifinal y la derrota tendría algunos ribetes honrosos.
El penal fantasma no puede esconder el fantasma que arrastramos a lo largo de la Copa. Nació en un tiro de esquina agónico, igual de moribundo que el gol salvadoreño, por no saber cerrar los juegos, reeditando los espantos de otras épocas, como aquel tanto gringo que nos dejó viendo el Mundial de Sudáfrica por la pantalla chica y con el alma rota. En realidad pudimos haber perdido todos los juegos en los últimos minutos.
Es hora de una decisión. ¿Seguir con Wanchope o con otro?. El técnico apostó por estos jugadores -bajos de forma o no-, nos puso como candidatos a ganar la Copa, auguró mejoría en el torneo en relación con los fogueos y se casó con un sistema táctico que nos daría más control de la pelota y mejores llegadas. ¡Nada de eso ocurrió, salvo algunas ráfagas, como las del primer tiempo del último partido frente a México!.
Después de 10 juegos sin ganar no es posible echarle la culpa a un fallo arbitral. Y menos bañarse con las aguas de la mediocridad: que la Copa Oro no sirve de nada, que ganarla no es lo importante sino las eliminatorias, que los jugadores llegan cansados, que se ganó a varios futbolistas en un nuevo proceso, etc etc.
La Copa Oro es el máximo trofeo al que podemos aspirar. Nunca seremos campeones del Mundo, de la Copa América o de la Confederaciones. Entonces resulta ridículo bajarle importancia al evento regional que nos ganaría el respeto de la zona, un primer paso para pensar en un más allá futbolístico.
Es hora de analizar seriamente si Wanchope es o no el hombre para llevarnos a Rusia. Si necesita un asistente que le ayude con el armado táctico, o si más bien debe volver al puesto de segundo y continuar aprendiendo y preparándose para un mañana.
A los resultados y factores futbolísticos hay que sumarle en contra que ya se le fue la oportunidad de unir y aglutinar el apoyo y las voluntades de la masa. Un mejor desempeño en la Copa Oro habría restado fuego a la hoguera en que sus adversarios lo han venido cocinando, a fuego lento, desde el día en que fue proclamado el sucesor de Pinto.
Al contrario, la hoguera tomó fuerza. Ahondó la división, y ese peso puede resultar demasiado grande para alguien que no tiene atestados ni glorias pasadas en el banco y cuyas promesas terminaron con el mismo sabor ácido que nos dejó el infame penal del minuto 122.
A mí me parece que Paulo César tiene pasta. Es un hombre inteligente y no se deja llevar por los sofoques del banquillo. Pero necesita curtirse, ganarse el respeto desde el banquillo de un club, bendecirse en las aguas de los campeones, y alejar de sí los espíritus malignos que lo pusieron en el camino de la enemistad con Pinto y su legión de seguidores.
Nada mejor que el tiempo y los buenos resultados como entrenador para espantar los fantasmas que hoy lo acosan y así volver al timón de la Selección con la cuenta en cero y las buenas vibras sobrevolándolo.