Johnny Chaves no tiene facha de estudioso estratega, mucho menos de graduado en Holanda, cuna de revolucionarios estrategas. La pinta le alcanza para pensarlo a cargo del equipito de barrio, el de mocosos, donde toca jalar las bolas, los uniformes, lavarlos, y hasta poner la plata para pagar el árbitro.
Johnny Chaves se ve más sencillo que uniforme de los años 80, desde el andado hasta el verbo atropellado.
A veces cuesta entenderlo, sobre todo si da declaraciones aún con el sofoque de un partido apretado. El lenguaje del fútbol, en cambio, se le entiende perfectamente a su equipo. Dos clasificaciones seguidas a segunda ronda del campeonato nacional con el Santos de Guápiles no requieren de traductor, menos si se le añade el recién conquistado boleto a la final de la Liga Concacaf.
Sospecho que Johnny Chaves es de esos a los que no damos el justo valor por banalidades: la escasa cabellera rara vez peinada o la humildad de siempre ante la prensa. Sospecho, sin temor a equivocarme, que estamos ante el técnico más subvalorado de nuestro fútbol (aún por encima de Horacio Esquivel). Deberían peleárselo los equipos cada final de torneo.
Él mismo se baja un poco el piso. En una no muy lejana entrevista, me confesó que su oportunidad de dirigir a un equipo grande quizás se le había ido para siempre cuando dijo “no” a la Liga. “Hay oportunidades que se dan solo una vez en la vida”, aseguró Chaves, sin percatarse de que el grande fue él. Pudo más su lealtad con un cuadro guapileño al que ya le había dado el “sí” que la muy tentadora oferta alajuelense.
Con salario de equipo pequeño, mete la mano a su bolsillo y cada vez que puede viaja a la Eurocopa o cuanta oportunidad de aprender se le ponga por delante. De vuelta a casa, otros técnico más renombrados le roban algunas ideas, como confesó alguna vez Carlos Watson. “No me da pena admitirlo”, señaló el estratega morado.
Dicen que Johnny Chaves se pone de mal carácter si las cosas no le salen; poco a poco, sin embargo, son sus rivales quienes salen malencarados.