Como la radiografía del cáncer que nos negamos a reconocer, la dura realidad nos golpea, sin que consigamos hacernos los desentendidos. Las cámaras de seguridad —entes que sí dicen la verdad en esta actualidad del cinismo y del “no me acuerdo”—, captaron con absoluta crudeza los hechos violentos acaecidos el domingo en las afueras del Estadio José Rafael Fello Meza.
Igual que en 1969, cuando el conflicto armado que enfrentó a Honduras y El Salvador se mal llamó “la guerra del fútbol”, ahora también se pretende culpar exclusivamente al fútbol, y por ende al Cartaginés, de semejante espectáculo entre pachucos disfrazados —¡cuánta deshonra!—con los colores de dos entidades de casta y tradición; léase Cartaginés y Herediano.
Reconozcámoslo. Hemos tocado el fondo. Porque si de verdad fuera el fútbol el causante de la violencia, la solución sería relativamente fácil de abordar, pues bastaría con eliminar las tales barras bravas y asunto concluido. Pero no. Lo que vimos fue una muestra más de la vulgaridad, un plano general del despeñadero en el que nos precipitamos desde hace rato. Porque lo que sucedió a la luz del día en la calle de un barrio decente, como miles en el territorio nacional, es la metástasis que se ha extendido a todos los estratos de la sociedad costarricense.
Sin contención moral ni espiritual, sin redes de sana convivencia, la intolerancia se manifiesta dentro y fuera de la cancha. Salimos en las mañanas a cocinar el día con la ilusión que canta Serrat, para retornar vapuleados por la ley de la selva en calles y avenidas, en las rotondas, en los barrios bonitos y en los barrios feos, intramuros en residencias de lujo y en covachas de los precarios. Es el terror que nos asfixia, 24/7, en la oscuridad y a pleno sol.
Disculpe que en esta ocasión no podamos evocar épocas de gloria en el deporte, ni tomarle el pulso al campeonato de fútbol o a la eliminatoria mundialista, como acostumbramos en esta tribuna de libre opinión. Por ahora, nos corresponde hundir el dedo en la llaga adaptando, a modo de espejo y ejemplo, una conocida expresión, escrita hace muchísimos años por el mexicano Nemesio García, sobre la realidad y el destino de su tierra: Pobre Costa Rica, tan lejos de Dios… Y tan cerca de la barbarie.