Con el perdón de don Carlos Watson. Se va a enojar. Ha pedido que dejen en paz a Danny Carvajal. Pero no gusto de morderme la lengua y tampoco creo que deba callar para tranquilizar el ánimo de un señor a quien siempre he respetado.
Lo primero por decir es que Danny Carvajal es un gran portero. O, mejor dicho: un guardameta que tiene grandes condiciones para defender el marco de Saprissa y de cualquier equipo.
Lo demostró en situaciones dificilísimas, como cuando tuvo que suplir a Luis Michel en plena final, visando el título morado a punta de atajadones.
Después ganó dos títulos más, vestido de héroe, tras convertirse en pesadilla para los manudos y en el factor decisivo en aquella noche de penales contra Heredia.
La organización morada y los cuerpos técnicos, entre ellos el de don Carlos, son los responsables del mal momento de Carvajal.
Es más fácil echarles la culpa a los periodistas o a la afición que lo silba. Pero no. En el precio del boleto, los fanáticos compran el derecho a chiflar o aplaudir. Y no le corresponde a la prensa cobijar a un futbolista en sus horas bajas o taparle errores para no inquietar su entorno.
Son los directivos y técnicos quienes pueden respaldar a un futbolista y proveerle las herramientas físicas, técnicas y psicológicas para que dé lo mejor de sí. A Danny lo han manoseado mucho con un discurso contradictorio: Dicen que es un gran portero, pero continuamente le buscan sustituto.
Para mi gusto, a Carvajal no le han permitido adueñarse del marco con la seguridad que requiere. Es evidente que le falta fortaleza mental, pero también que posee las condiciones necesarias para defender la portería morada. Pero no le han dejado crecer.
Después de su tercer final ganada, el torneo tras anterior, trajeron a Penedo y lo confinaron a la banca. No solo fue injusto, sino que lo mató anímicamente. Aun así, cuando el panameño se fue al nacimiento de su hijo, Danny hizo un par de juegos sensacionales, incluido uno con visajes de épico, en Limón. Pero retornó a la banca.
En la Cueva morada están esperando un milagro o algo así. Que su portero, acosado por errores propios, pero más por la falta de seguridad que le han transmitido en casa, se transforme en una muralla con nervios de acero, imbatible para los adversarios e inmune a las pedradas sicológicas que le han tirado desde adentro.