Parecía un balón perdido, hasta que Marco Ureña lo rescató afanosamente. Se lo dio a Bryan Ruiz. El capitán aceleró en corto. Un quiebre, espacio y trazo de billarista, direccionado a tres dedos, con el calibre necesario para rozar la raíz del palo izquierdo y anidar en la red de Trinidad y Tobago. Golazo y ventaja, un 2 a 1 que no dejaríamos escapar, después de que habíamos sufrido horrores en nuestra meta, donde Keylor Navas ratificó su valía extraordinaria. De inmediato a la anotación del alivio, el capitán Ruiz buscó a Johnny Acosta, eventual chivo expiatorio de un empate que amenazaba con dejarnos muy mal en la eliminatoria a Rusia 2018. Se abrazó con él, pidió al grupo sumarse al respaldo y la indicación fue acatada. Así actúa un buen líder.
Me agrada la personalidad de Bryan Ruiz, el garbo con que ejerce la autoridad que le confiere la cinta del capitán de la Selección Nacional. Sin poses ni aspavientos, con él no va aquello de que quien más grita, traga más pinol. Por el contrario, Bryan es sereno y conciliador. Su sola presencia infunde respeto, aunque muchos analistas y aficionados lo juzgan muy pasivo. Incluso, una fuerte corriente de opinión pugna para que los capitanes de la Tricolor sean Keylor Navas o Celso Borges, dos figuras que, por supuesto, también poseen atributos y sobrados méritos para portar el gafete. Sería absurdo ignorarlo.
Sin embargo, cada vez que el flaco de San Felipe de Alajuelita salta a la gramilla, denota su integridad. Además de que da todo en la cancha, su disciplina ejemplar sirve de guía para la niñez y la juventud. Lo que pasa es que en estos tiempos del fútbol resultadista, a todos se nos mete una histeria colectiva que provoca que reparemos poco –o nada– en la verdadera dimensión de este deporte y en su decisiva influencia en el tejido social.
Un quiebre, espacio y trazo de billarista. La bala blanca anidó en las redes del Caribe. De inmediato, Bryan Ruiz buscó a Johnny Acosta, su compañero en desgracia. Se abrazó con él. Pidió al grupo sumarse al respaldo. Y su indicación fue acatada. ¡Grande, capitán!